"No se ha podido sacar a todos", balbuceaba, desencajado y en un mal castellano, uno de los familiares que, junto a un pequeño grupo de cinco o seis amigos, no se separaba del cadáver de la mujer fallecida mientras era trasladada. Su cuerpo yacía junto a uno de los puentes. A base de señas y exagerados movimientos de brazos y de miradas idas se entendía qué podía haber pasado. Intentaban explicar cómo había ocurrido todo, cómo la parte delantera de la barca se hundió, cómo salvaron primero a los niños, cómo el agua cubría demasiado y era muy difícil el rescate. De su pantalón sacaba aún mojado un pasaporte y los papeles que demostraban que su propietario estaba legal. Pero nada más escuchar que habían localizado el tercer cadáver bajó al merendero y se unió al resto del grupo. Primero un silencio estremecedor, y luego, la histeria colectiva.