Juan José Omella (Cretas, 1946) siempre quiso ser cura de pueblo. Fue su gran ilusión, lo que le hace «más feliz». Esa y la de ir a las misiones. La vida le ha conducido por muchos caminos, a Zaire, hace años, y como no, a Roma. Pero durante unos días, en agosto, aprovecha sus vacaciones para cumplir su gran sueño y oficia misa en su Cretas natal y en Lledó. Este año no ha sido una excepción, aunque por primera vez lo ha hecho como cardenal. Ha vuelto a pasear por las calles de su infancia, pero ahora lo para la gente continuamente, para hablar con él, para felicitarle por sus responsabilidades.

Llenó la iglesia de Lledó y la capilla de Cretas. Su presencia fue todo un acontecimiento: «Que venga un cardenal a dar misa aquí, eso no se ve todos los días», contaba un vecino.

Omella, que fue nombrado cardenal en junio de este año, afronta con normalidad los cambios. «Sigo con lo que he hecho toda la vida, en agosto vengo a Cretas y hago misa aquí y en Lledó, para ayudar al cura de aquí que lleva cuatro pueblos y así descansa un poco». Pero hacerlo en su pueblo siempre tiene un componente especial. «Donde uno nace no lo olvida, aquí tengo a mi familia, prácticamente». Recuerda a sus amigos con los que jugaba cuando era pequeño. Se marchó a los 11 años al seminario de Zaragoza, pero tiene grabado el pueblo de la posguerra, con su gente sencilla. «En la modestia y la pobreza se compartía mucho. Teníamos fiestas y juegos, y guardo buenos recuerdos», relata.

Trato «familiar» en el pueblo

Está menos de lo que le gustaría en Cretas, solo el verano. El resto del año lo pasa trabajando, ahora en Barcelona, donde es arzobispo. Antes estuvo en Barbastro o en Calahorra. Sus obligaciones han ido cambiando; no así el sentido de vocación: «El servicio a los demás es lo más importante», dice. «La relación con la gente de Cretas siempre ha sido muy buena. Nos conocemos todos, el trato es casi familiar, muy cordial. Tenemos una historia común y la verdad es que yo los quiero. Me siento muy a gusto; es un pueblo muy acogedor, muy alegre, sin divisiones».

La conversación transcurre en Cretas, en la llamada casa del cura de este pueblo del Matarraña. Lleva un mes como cardenal y todavía no ha notado cambios en su vida. «Es un servicio que el Papa pide y ya está», comenta quitándole importancia. «Sigues haciendo el trabajo con normalidad, no pasa nada, es como ser obispo, o cura. Allí donde me han mandado siempre he dicho que sí. No se trata de escalar puestos. Lleva casi dos años como arzobispo de Barcelona (ciudad azotada por el dolor estos días). «Me siento muy bien acogido en esta ciudad. Hay quien dijo: queremos un obispo catalán. Pero eso también lo dicen los aragoneses, también les gustaría tener un obispo de aquí, y los andaluces. Lo veo normal», argumenta.

Omella asegura que «lo que importa es conectar con la gente y servir. Aquí en Cretas hablamos catalán, y eso ha facilitado las cosas. Nunca he sido un extraño», dice. Vive el proceso independentista «como todo el mundo», a la «expectativa». «Ese es un tema de los políticos. Como ciudadano lo que deseo es que no se nos lleve a una confrontación o a una división, sino a trabajar por el bien común», apunta.

Acerca de la devolución de los bienes eclesiásticos de Aragón retenidos en Cataluña se muestra claro: «Se debe cumplir lo que dice el sentido común y la justicia. Aragón pidió la devolución y la Justicia ha sido clara, hay que devolverlos. Y eso es lo que hay que hacer. Hay que aplicar la sentencia, y la ley. A mí me da igual que lo entiendan o no en Cataluña. Siempre he dicho lo mismo».

El recién creado cardenal rechaza el «cliché» de que la Iglesia está alejada de la realidad. «Yo estoy con la gente. El diálogo depende del que habla y del que escucha». Admite que tuvo crisis de fe, «cuando era más joven». Omella asegura que nunca soñó con ser obispo ni cardenal. Ni piensa ahora en llegar a Papa. «No se me pasa por la cabeza, ni lo deseo», asegura. Su sueño cuando se jubile es ayudar como cura de pueblo.