Despojado de americana y corbata, y bebiendo vino de un porrón. Así vieron algunos privilegiados al joven Felipe de Borbón la noche del 27 de abril de 1986 en el restaurante El Fuelle de Zaragoza. El Príncipe de Asturias, que vivió diez meses en la ciudad durante su etapa de formación en la Academia General Militar, compartía una merienda cena con sus amigos con motivo del cumpleaños de la joven Charo Izurquiza.

"Saludó sonriente al público que en ese momento estaba en el comedor. Al verlo, la gente se puso espontáneamente a aplaudir", recuerda Esteban Valtueña, dueño del negocio. El ya Rey de España, entonces heredero, era uno más dentro de la cuadrilla que había preparado la reunión sorpresa para su amiga. "Recuerdo que le invitamos a que se pusiese cómodo en consonancia con el ambiente sencillo y familiar que se vivía. Y a que bebiera vino en porrón. Y se le dio bastante bien", asegura.

El grupo de amigos se acomodó en el fondo del salón. Aquello fue un festín de productos típicos aragoneses: chorizo, longaniza, morcilla, jamón de Teruel, "corderico" asado al horno y ensaladas ilustradas, quizá por aquello de dar un respiro al estómago. Todo bien regado con vino, cava y licores. "Disfrutaron enormemente de la velada en un ambiente distendido y respetuoso", cuenta Valtueña.

La calidad de aquel menú estuvo por encima de su pasión voraz por la comida rápida. Cuenta Pilar Ferrer en su obra Un año de príncipe heredero, que el joven cadete "siempre tenía hambre y aprovechaba cuando estaba fuera de la Academia para ponerse ciego. Le encantaba meterse en un burguer y hartarse de hamburguesas y perritos calientes".

Fuera de la rectitud castrense de la Academia, Felipe disfrutaba de sus salidas por la ciudad, en las que tenía que exhibir prudencia y discreción en sus movimientos, siempre acompañados por los escoltas, así como demostrar paciencia con las admiradores, curiosos y periodistas. José Apezarena y Carmen Castilla en su libro Así es el príncipe, enumeran varios locales por los que se movía la cuadrilla del príncipe, fan por aquel entonces de grupos como Objetivo Birmania y Hombres G: Tal y Cual, Oh!, Nicanora, Doña Liberata y, especialmente, Pachá, discoteca en la que una noche fue cazado por varios oficiales después de que, en un desliz propio de su edad y que recuerda a los muchos que protagonizó su padre, se escapase sin permiso de la Academia. También disponía de una suite en el Gran Hotel --el mismo donde en 1957 se alojó Juan Carlos I-- para pasar los fines de semana y donde también le visitó la Reina.

La noche del Fuelle dejó una impronta de simpatía y sencillez. "A la gente le sorprendió su altura y su amplia sonrisa. Fue cariñoso y se molestó en saludar a todo el mundo", asegura. No había nada preparado pero había que dejar constancia para la posteridad de aquella visita. "Alguien improvisó un libro vacío que se iba a destinar a las cuentas como libro de visitas", rememora el dueño. En la primera hoja, Felipe de Borbón estampó su firma con esta dedicatoria: Muchas gracias, afectuosamente. Felipe, 27 de abril de 1986.

Veintiocho años después, aquella esquina del salón sigue coronada con el cartel de madera Rincón del Príncipe. Y sobre una repisa, se exhiben los cubiertos, la copa, la botella de vino y el porrón tocado con un cachirulo de los que una noche disfrutó el ya coronado como Felipe VI, Rey de España.