Norbert Feher pisó este lunes por segunda vez la Audiencia Provincial de Teruel, pero su semblante fue muy diferente a la primera. En aquel frío mes de enero del 2020 el tribunal provincial celebró el juicio por las tentativas de homicidio en Albalate del Arzobispo ocurridas nueve días antes del triple crimen de Andorra. Para la ocasión se quitó la barba con la que se hizo conocido el día de su arresto, usó unas gafas y hasta su corpulencia se había reducido. Curiosos fueron sus amuletos colgados al cuello, el rosario, su sonrisa forzada y hasta el gesto de victoria que hizo con los dedos de la mano a la prensa que le llegó a preguntar si se había arrepentimiento. Tenía prisa, tal y como dijo a su abogado, y llegó a reconocer los hechos. En aquel entonces tampoco había protagonizado ningún incidente en la cárcel. Solo había salido una vez al patio y se dedicaba a pasar las largas horas del día leyendo la Biblia. Todo ello con un cambio de cárcel, abandonando Zuera, por la gallega de Teixeiro.

Pero de ese tiempo a esta parte algo ha cambiado. Este lunes volvió a mostrar esa actitud desafiante y su mirada volvió a desprender odio. A lo largo de la vista oral observó fijamente, casi sin pestañear, a los diferentes abogados y a la fiscala que le hicieron preguntas. Solo perdió la compostura con uno, con el letrado Mariano Tafalla. Este le enumeró todas las armas que llevaba e Igor el Ruso le contestó rápidamente y en español diciendo que eran «cuatro», mientras se besaba la mano. También se echó a reír cuando el abogado le preguntó quién era «Marco Bolini» por la tarjeta sanitaria que le encontraron entre sus efectos el día del arresto. El acusado dijo que era él y que era una de sus identidades falsas con las que había comprado hasta medicamentos en España.

En su cuello ya no había ni rosarios ni amuletos. Tampoco gestos de victoria, además de haber ganado volumen corporal. Gracias a él y de un azulejo que previamente había cortado atentó, el día antes del juicio, contra cuatro funcionarios de prisiones del centro de Dueñas, en Palencia. Una tirita blanca en una de sus orejas fue su única herida de guerra de esa grave confrontación. Antes de volver a Zuera, cárcel de máxima seguridad, les dejó una nota que iba a regresar a por ellos