Emocionante lo de Normandía. Veis, les digo a mis amigos del PP, quién algo quiere algo le cuesta. Si Roosevelt y Churchill hubieran hecho como hacen Rajoy y Mayor Oreja en estos días de campaña europea (que todo se les vuelve excusas para rehuir los debates cara a cara), fijo que Stalin se les hubiera adelantado no sólo en Berlín sino en París. Pero la derecha española no entiende estos símiles. Cree que el desembarco y la apertura del Segundo Frente fue una movida que se montó Eisenhower para llegar prontito a Madrid y desfilar con el Caudillo por el paseo de la Castellana. Es por eso que, a propósito de la guerra de Irak, los intelectuales conservadores no dejaban de resaltar el papel de los Estados Unidos como liberadores de Europa. Que sí, que contribuyeron a liberarla (con el Ejército Rojo empujando desde el Este, claro), pero a los españoles de entonces los dejaron compuestos, sin Plan Marshall y con Franco saludando brazo en alto.

Ya se sabe que en Normandía hubo españoles: los exiliados republicanos enrolados en las tropas británicas, en las fuerzas de la Francia libre y en la propia resistencia francesa del interior, por no hablar de los agentes secretos que como Garbo fueron esenciales para despistar a los alemanes y hacerles creer que la invasión sería por Calais. La memoria de estos héroes debería permitir a nuestro país formar parte de las conmemoraciones anuales del desembarco. Pero lo paradójico es que aquellos hombres de valor sin igual ganaron la guerra contra el fascismo en Europa pero la perdieron en su patria, y aquí todavía siguen recibiendo el trato que se dispensa a los derrotados. Para colmo, los nietos de aquellos españoles franquistas que hace sesenta años temblaron al saber de la invasión aliada e intuir el final de Hitler, ahora presumen de atlantismo, adoran a Bush y serían capaces de presentarse al año que viene en Arromanches, tan contentos, enarbolando las viejas banderas de la División Azul.