Los españoles se pasan buena parte de sus vidas pensando qué será eso de España, dándole vueltas y más vueltas a la historia, la única ciencia que no existe. Cuanto más leemos a los historiadores menos entendemos qué sucedió realmente y es por eso que sólo la ficción viene en nuestro auxilio, rellenando con el mito, con la imagen, con la leyenda, el deseo o el sueño aquel pavoroso hueco que nos legó el pasado.

Con la Transición, la España franquista, que tampoco nadie sabía bien lo que era, pasó a ser, por obra y gracia de Adolfo Suárez y de Felipe González, la España de las Autonomías. Que no funcionó, en justicia, desde el momento en que se privilegió a Cataluña, País Vasco y Andalucía, entre otras antiguas regiones que ahora pasaban a nacionalidades. Con el tiempo y la caña de Pascual Maragall, a nación, en el caso de Cataluña, evolucionando el modelo hacia esa nación de naciones que ahora dibujan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en la que, lógicamente, Murcia, Extremadura y La Rioja son tan naciones como el País Vasco, quedando la duda de si Ceuta y Melilla serán ciudades-naciones, como Atenas y Esparta, o colonias de la nación andaluza, la más próxima.

Precisamente a Andalucía y solo a Andalucía se refirió la presidenta andaluza Susana Díaz la noche de su derrota frente a Pedro Sánchez. No le nombró, dolida por el mal resultado, pero tampoco tuvo un gesto, una palabra, para esos miles de socialistas que sí le habían votado desde otras comunidades. Díaz únicamente agradeció el apoyo y el sufragio a sus militantes y colegas andaluces. Con ello, estaba anunciando su voluntad de resistir en su feudo, de encastillarse como señora feudal en el solar de sus amores, allá unas pajas Madrid, Cataluña, País Vasco y el resto de esas naciones que le faltan el respeto a la suya, que si los andaluces son esto o aquello, se van a enterar. El más que probable aislamiento de la Junta de Andalucía supondrá un paso más en la siempre latente guerra entre autonomías que Zapatero dio órdenes internas de evitar y que Rajoy ha avivado con el peligroso sistema de poner precio a los votos nacionalistas. Jugando con fuego todos a la vez, como niños arrojando cerillas a una balsa de gasolina.

Una de las pocas autonomías serias, leales, constitucionalistas, es Aragón. Por eso nadie piensa en nosotros tanto como en qué diablos será eso de España.