Al escuchar que las quejas y las críticas se multiplicaban después de que Sira Repollés, la consejera de Sanidad del Gobierno de Aragón, anunciara el pasado viernes las restricciones que acotan aún más los horarios y cierran las ciudades más pobladas de la comunidad, parecería extraño encontrar tanta coincidencia en la calle. No obstante, la hay en apreciable mayoría entre clientes y trabajadores por aquello de concienciarse, aunque unos sean más radicales que otros en el análisis.

La consideración común refleja que el covid nos está sacando de la curva por cuarta vez, lo que implica la necesidad de tomar medidas extremas para poner fin de una vez a la crisis. Se ha apreciado este sábado, sobre todo, en las grandes superficies, donde desde primera hora se ha visto un buen número de policías controlando el desfile de quienes accedían a Puerto Venecia, uno de los centros expuestos a través de las redes por la impropia afluencia de clientes en fechas anteriores. Los cuerpos de seguridad se han distinguido también por el resto de Zaragoza, sobre todo a la hora crítica, las 6 de la tarde.

Las diferentes cortapisas que se han ido implementando para el comercio y la hostelería han llevado a más de uno a depender de un horario raquítico, cuando no se han visto obligados directamente a dejar cerrado su establecimiento. Ayer a las seis y media de la tarde, según el prisma, parecían las 10 de la noche. Había gente en la calle sin rumbo mientras se apagaban escaparates y se bajaban las persianas que tapaban los carteles de rebajas. Todo muy raro. O no tanto. La gente, en general, se ha habituado. Y entre los hosteleros no ha habido sorpresas. Una encuesta hecha en diciembre por Cafés y Bares ya desvelaba que el 95% creía que en enero llegaría otro endurecimiento de las restricciones, cuando no el cierre completo.

Que haya coincidencia no significa que no haya discordancia. Las de muchos bares, por ejemplo, que están sin oxígeno. Todos aquellos preparados para hacer su jornada por la tarde han quedado asfixiados por la incertidumbre. Algunos no abren, otros tratan de rascar algún cliente por la mañana aprovechando que la crisis les permite hacer uso momentáneo de la licencia de cafetería. «Pero si no tienes terraza y la gente que viene aquí lo hace para tomar una caña o un refresco de media tarde hacia delante, qué pintamos nosotros abriendo el establecimiento», dice José Félix en la puerta de un negocio cercano a la Puerta del Carmen. «Lo que tienen que hacer es cerrar todo de una vez hasta que se pase todo», remata.

Es opinión común entre los hosteleros que la mejor medida sería un cierre temporal programado. «Pero no van a hacerlo porque eso les obligaría a darnos subvenciones, ayudas o como quieras llamarlo y eso es lo que no quieren. O sea, ellos no tienen dinero para hacerlo pero a nosotros nos dejan sin dinero. Por eso no nos cierran aunque los médicos es lo que les dicen que tienen que hacer», explica un hostelero de mediana edad en Corona de Aragón.

Más aún, inciden a su lado, «si nos cierran nos dan todo el derecho a protestar bien alto, a reclamar lo que nos tenían que haber dado desde el primer día, y eso tampoco quieren. Dicen ahora que si van a cerrar toda España como la otra vez… Ya verás como no. Les interesa que siga así, pero sin que nos llegue ni un duro. Y aún cuentan que nos han dado ayudas. Pero qué nos van a dar. Cuatro pesetas y la mitad ni nos ha llegado».

«Que hagan como en Alemania», dice Miren, camarera en una cafetería desde hace 7 años, «que les dan el 75% de los ingresos del año pasado y ya verás qué pronto se arregla todo. ¿O es que se creen que nosotros no nos enteramos de lo que está pasando en el mundo y de los peligros que tiene el virus este?».

Si hay un punto común es el temor al futuro. «Hasta hace poco pensábamos que a partir de marzo podríamos empezar a sacar un poquico la cabeza, ahora todo es incertidumbre y eso es terrible. No se hacen a la idea de lo que es vivir en este sinvivir, sin saber hasta cuándo vas a aguantar», se lamenta la propietaria de una tiendecita en la calle Latassa. «Dicen que ya han cerrado mil negocios pequeños en Zaragoza. No sé. Yo creo que más…».

En grandes superficies como Puerto Venecia no se notan tanto los cierres, aunque se percibe claramente las estrictas instrucciones para los aforos. Los cuerpos de seguridad ponen orden en las entradas y las filas, otros controlan los cierres perimetrales en los que, confiesan, hay mucho menos tráfico del habitual.

«Cada uno de nosotros tenemos que acogernos a todas las medidas que se están imponiendo y yo pido responsabilidad», dice la alcaldesa Buj en Teruel, donde compatibilizan los trabajos tras el paso de Filomena con las restricciones.

De vuelta a Zaragoza, «en el centro nos han jodido, con perdón, hasta las rebajas», le dice un trabajador a una señora despistada que busca «algo» para su nieta mientras se van apagando las luces y la ciudad exhala, otra vez, a ese aire de tristeza que contagia el ambiente a buenos ratos desde hace diez meses. Hay más resignación que enfado, se diría. Incluso más miedo que enfado. De momento, un mes así. «Uy, un mes. ¡Ojalá!».