Betún, gamuza y bastante maña son los ingredientes de uno de esos oficios condenados a desaparecer. Zaragoza casi se ha quedado sin limpiabotas, pero los que quedan están comprometidos a resistir hasta el final. Con cambios, idas y venidas, pero hasta el final. Es el caso de José Antonio Pastor, recluido en un pequeño local de la calle Cuatro de Agosto desde que en el 2006 convirtiera en bar el local aledaño que regentó su padre. «He trabajado en muchas cosas, pero siempre unido al Tubo», dice.

Técnico sanitario, empleado de geriátrico, camarero, empresario. Conocido en mil batallas de la noche zaragozana y sobre todo limpiabotas. «Me he dedicado a la hostelería desde muy joven, pero nunca he dejado la zapatería, pues de aquí es de donde ha salido el dinero de muchas de las cosas a las que me he dedicado», asegura. Su local es un reflejo de su vida: aficiones y obsesiones colgadas en las paredes. Y ahora está comprometido su vuelta a los orígenes, tanto en lo personal como en lo urbano. Por algo ocupa un espacio privilegiado en la historia oculta de la ciudad.

El viejo Tubo corre el riesgo de perder su esencia. Lo dice una persona que ha cambiado varias veces de establecimiento, pero nunca de calle. En el entorno de la calle Libertad había hasta siete salones de limpieza de calzado en un entorno dominado por las tascas, las barberías, el cabaret. Ahora todo ha cambiado tanto hasta el punto de que la vieja Ortopedia Francesa, con sus servicios casi clandestinos, se ha convertido en el funcional almacén de un bar que ofrece comida oriental. Quién lo hubiera dicho en aquellos años cincuenta.

HISTORIA DE DECADENCIA

La evolución es la historia de una decadencia. Los limpiabotas del paseo de la Independencia casi fueron legión, hasta que en los setenta cambiaron los hábitos de consumo y tuvieron que abandonar sus gamuzas. «Mi padre fue de los pocos que se mantuvo en activo superando los años noventa», explica. Aunque eso sí: se tuvo que reinventar con la creación de un salón limpiabotas con servicio de bar. Algún jubilado todavía lo echa de menos.

Pastor reconoce que su público tiene todavía mucho que ver con ese mundo. Y eso que los más jóvenes, por eso de mantener tradiciones, le siguen llevando pares de zapatos casi nuevos para que él los deje como nuevos. Sucede para bodas, comuniones y otros eventos. «Al saber que existo quieren venir, lo hacen casi por tradición», explica. Una inercia que se beneficia de la moda por lo vintage. Quién se lo iba a decir.

«Volví a mis raíces, sobre todo por tranquilidad», se justifica. Sin embargo, el auge turístico casi ha trastocado sus planes. Su escaparate se ha convertido en una atracción más, cuenta. Y contribuye a ello con una decoración setentera, una bicicleta clásica en la puerta y decenas de fotografías en blanco y negro. Reducto de autenticidad. «La gente alucina, esto le da un caché al Tubo, le da mucho atractivo», aclara, pues solo queda una cuchillería y una peluquería de aquel comercio tradicional que solo se puede imaginar en blanco y negro. «Pon en el reportaje que debería tener una protección de patrimonio cultural», bromea.

TINTÍN Y LOS CURAS

El salón de limpieza y reparación de calzado es un abigarrado local en el que se mezcla un estoque de principios del siglo XX con figuras de Tintín. El sombrero de teja de un viejo cura con carteles de pin ups. Las enseñas nacionales con los viejos recortes de periódico en los que se ha glosado su historia. «Nada de lo que tengo aquí tiene que ver con la política», puntualiza con cintura ante algunas de las fotos que tienen colgadas.

Una buena parte de sus obsesiones tiene que ver con el rockabilly, para sumarle todavía más nostalgia a la historia de su vida. Consumado bailarín, colabora con una academia de La Magdalena. Junto a una foto dedicada por el mítico Gavy Sanders, del que ha lustrado muchas veces sus botas en el local, expone un contrato de Más Birras por 50.000 pesetas en una de sus primeras actuaciones. Mauricio Aznar era un enamorado del Tubo, explica.

Pastor recuerda a su padre como un hombre tranquilo, querido por casi todos los vecinos. Además, enseñó el oficio a todos sus hermanos. De hecho, en el bar San Siro otro de los herederos de la saga sigue ejerciendo el oficio de limpiabotas su caja de betunes y cepillos a la manera tradicional. Pero su figura neorrealista es esquiva y prefiere no aparecer en el reportaje.