Pudiérase que la más cómoda y amplia carretera que lleva a Rueda de Jalón (la A-122) convenciera a mi vehículo para llegar al lugar, ¡pero no! Una fuerza lo embelesa una y otra vez, y lo magnetiza sin remilgos de igual modo una y otra vez para ir por la otra más diminuta y estrecha (la A-2304). No tardo en comprenderlo. Para que todo esplendor y magnificencia de Rotalyeud, su castillo altomedieval, se manifieste por mis adentros, y por los de cualquier atrevido que se aventure a lanzarle una mirada altiva.

Y para que, conforme nos acerquemos, suframos el pellizco, de casi hablar con fracción de la historia de Aragón. Es verdad que poco queda de lo mayestático de antaño, y que sus propietarios tienen la responsabilidad de no dejar desvanecer las piedras que traslucen. Pero también es verdad lo mucho que sabemos gracias a él… La fortaleza de Rueda de Jalón (Ruta en sus inicios), ya documentada en el siglo IX, ocupa la superficie inclinada de un espolón rocoso, dividiéndose topográficamente en tres recintos escalonados y con un eje máximo de ¡200 metros! (dos campos de fútbol).

Los largos muros, de grisáceo tapial, se adaptan a las irregularidades naturales y por el lado sur aparece un barranco. El recinto más alto es el más pequeño, en planta triangular, con una torre cuadrangular en la cúspide, la Torre del Homenaje, todavía hoy bien reconocible. Asimismo, dos de sus vértices conservan sendas vigías, las llamadas Hermanicas dominando la montaña. Además, el gran secreto que nos refiere el ilustre Ibn al- Kardabus (siglo XII): contaría con una cueva o túnel que, a través de 400 escalones, serviría para que el río Jalón fuera su manantial y los peldaños su escape en las difíciles coyunturas.

Las diferentes familias andalusíes que gobernaron Zaragoza hicieron de Rotalyeud un lugar de refugio y también de vida. Esbocemos algunas trascendencias. El emir cordobés Muhammad I (852-886) se apoderó del castillo para apresar al sublevado Banu-qasi Wahid al-Ruti en el año 882. Años después, los tuyibíes ya empezarían a mostrar sus conatos de rebeldía, lo que obligaría al califa Abderramán III (929-961) y a su general Durri, en sendas campañas dirigidas por uno y otro, a reducir la plaza en 934 y 935. El ocaso de la dinastía tuyibí también guarda relación con Rotalyeud, pues Allah ibn Hakam asesinó a su primo Mundir II (tercer régulo de la dinastía) en 1038, yéndose a refugiar al castillo de Rueda y propiciando, por tal avatar, la llegada de una nueva dinastía: los banu-hud.

Emboscada al rey

El 6 de enero de 1083 tendría lugar lo que las Crónicas cristianas de la época darían a conocer como: La traición de Rueda. Ese día el rey Alfonso VI de Castilla (1072-1109) sufriría una emboscada, que casi le costaría la vida, al serle prometida la plaza de Rueda por su alcaide Aben Falaz, convencido por el cautivo leridano al-Muzaffar, y hermano del rey hudí saraqustano al-Muctádir (1046-1081), de rebelarse contra su sobrino sucesor al-Mutamin (1081-1085).

Pero la muerte del prisionero cambió las tornas y el alcaide convertido en felón. No obstante, murieron algunos infantes de Navarra y también nobles castellanos. Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, aún desterrado acudió en ayuda del rey de Castilla, pero nada se podría ya hacer. El siguiente rey banu-hud, al-Mustain II (1085-1110), fijó su residencia en Rotalyeud y no en la Aljafería zaragozana, quizá ya consciente del peligro almorávide que se avecinaba. Le sucedería su hijo Abd al-Malik (1110-1130) que huyó a Rueda tras la entrada de los almorávides en Zaragoza.

Con ayuda del rey aragonés Alfonso I El Batallador (1104-1134) intentaría en vano recuperar su taifa de Zaragoza. Luego, el castillo sufriría el sitio de los africanos, pero con la maraña de las escaleras incógnitas y el sigilo de la noche la fortaleza resultaría indemne y, más aún, algún jefe almorávide capturado (Alí ibn Kunfat). Le sucedería su hijo Sayf al Dawla en 1130, haciendo de Rueda la última taifa banu-hud en la Marca Superior de al- Ándalus.

Arriesgado a levantar la vista, doy la razón a mi vehículo. Me vienen a la mente la presencia de Abderramán III, de Alfonso el de Castilla, de Alfonso el de Aragón y del propio Cid Campeador. Y de todas idas y venidas de qasis, tuyibíes y hudíes, y hasta del almorávide invasor. Y no puedo menos que enorgullecido, rendirle pleitesía y gritar por mis adentros ¡oh Rotalyeud!

<b>*Historiador</b>