Uno de los elementos sobrenaturales del procès habría que buscarlo en la devoción religiosa de Oriol Junqueras, cuyas constantes referencias y prédicas a Dios han trufado el conflicto con una extraña especie religiosa, a modo de anacrónico profeta y anacrónica cruzada.

Ya dio gracias al Señor su siervo Oriol nada más declararse la República catalana. Habló entonces Puigdemont, el apóstol huido, para proclamar la apostasía de la secesión y proclamarse de hecho presidente de esas cuatro provincias que acababan de desgajar de España, con sus riquezas y aeropuertos, sus rentas y terminales portuarias, sus aduanas y edificios públicos, pero el Puigdi no habló del Altísimo y por eso tuvo que ser Junqueras, su humilde servidor, quien lo honrase desde las escaleras del Parlament y le diera gracias por haberles salvado del malvado Rajoy y de la todavía más bruja y tiránica Soraya.

Las alturas no debieron escucharle, pues poco después el bisbe de Esquerra entraba en prisión, acusado de comportamientos poco edificantes, desvío de caudales públicos, prevaricación, incitación a la violencia, a la traición, pero no por ello se resquebrajó su fe y siguió orando en esa extraña letanía suya donde los salmos se convierten en tuits y las parábolas en crípticas sentencias necesitadas de exégesis. Pocos le entendían. Ni siquiera sus votantes. Junqueras iba a ganar las elecciones de cabeza, con la ayuda de Dios, pero no fue así. Quedó tercero, por detrás de Inés Arrimadas y de su ahora enemigo íntimo, el fugado Puigdemont, asesorado, más que por la divinidad, por abogados de a mil euros la hora.

Derrotado contra pronóstico en las elecciones, seguramente en la soledad de su celda Junqueras interpelaría al de arriba, por qué, oh padre de los catalanes libres, he sido abandonado, por qué permites mi cautiverio, el suplicio, que el puño de Roma nos aplaste..., ¿acaso nuestro reino no es de este mundo?

Y así sigue el tan religioso y peculiar Junqueras, el iluminado, el alumbrado, en ese mudo monólogo suyo, tratando de presentarse ante la opinión, ante sus fieles, como un mesías cautivo, como un rehén, una víctima. Dándoselas de ejemplar cristiano, después de haber permitido que sus compañeros de gobierno corrompiesen su sociedad hasta extremos repugnantes. De solidario, cuando ha sido un dictador. Tal vez por eso el buen Dios pasa de él.