De las siete acepciones que la RAE atribuye a la paciencia me sirvo hoy de la tercera: «Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho». Entiendo que lo que convierte a la paciencia en una virtud es su reservada combinación de tiempo y acontecimiento, pero también, llegado el caso, su inteligente uso de la prórroga. Hay quien identifica la paciencia con una actitud del todo pasiva algo así como un permanecer en la quietud aguardando... pero ni esa idea encaja con la acepción de la RAE ni coincide con mi idea de virtud y mérito.

Sin embargo, como con casi todo lo relativo a la conducta humana, la necesidad de matizar no ha hecho sino empezar. Hay un par de aspectos especialmente complicados. Primero, si superados ciertos límites no sería razonable concebir la paciencia más como defecto que como bondad y, segundo, si al paso que vamos no puede acabar convirtiéndose en una pieza de museo o, en términos biológicos de conservación de las especies, en un comportamiento en serio peligro de extinción. Pienso en la paciencia como defecto cuando no se ha llegado a establecer una línea divisoria que deslinde lo que puede, y aun debe ser esperado, de lo que de ningún modo llegará y por tanto resulta nocivo seguir atendiendo. Claro, la sagacidad siempre anda de por medio cuando se trata del concreto establecimiento del «hasta aquí»: principal test sobre nosotros mismos. Sin extremos, sin confines que delimiten las ilusiones personales o las utopías colectivas el corazón y el ánimo pueden acabar cargados de vacío y el tiempo invertido, en brazos de la decepción, resultar dañino.

En esas circunstancias, nadie nos evitará el barbecho que de nuevo, paciente, labre un nuevo comienzo. Pero además de eso está la cuestión de la percepción del tiempo y su manejo hoy. Las revoluciones industrial y burguesa, de las que seguimos siendo legatarios, domesticaron la noción de tiempo inasequible hasta entonces a la gestión humana, reservada a la divinidad fuese mono o pluriteísta. De algún modo, gracias a la técnica y al dominio de la razón nos prometieron el mundo, esto es, el señorío sobre el espacio y el tiempo, y de algún modo lo consiguieron. Ya no se admite que el tiempo de rodeos ni se demore en la consecución de algo, hoy se prefiere -qué digo- se exige todo ya, en tiempo real, curiosa expresión que oculta más que muestra. Tampoco me parece que este segundo asunto sea irrelevante.

A muchos nos cuesta aceptar que todo lleva y requiere su tiempo; hay a quien esperar resulta un acto casi degradante, ofensivo cuando menos, entendida la espera como una usurpación de su tiempo. Los avances tecnológicos y las rápidas facilidades en proporcionar el bien o servicio ansiado están modificando nuestra relación con el tiempo y tengo para mí que esa es una relación especialmente formativa. Si no enseñamos y aprendemos a aguardar ¿cómo pretender encarar problemas y afrontar dificultades que sin duda exigirán parte de nuestro preciado tiempo? Más retos para la paciencia.