La repercusión y las consecuencias de la pandemia del coronavirus está también afectando a los pacientes de Aragón que han sufrido un ictus, cuyo Día Mundial se celebra este jueves. Algunos no han podido continuar con su rehabilitación en la sede de la asociación autonómica en Zaragoza, mientras que quienes viven en las residencias, dadas las restricciones, tampoco han podido reiniciar sus tratamientos. El impacto de la crisis sanitaria repercute «de manera directa» en su salud física, mental y emocional, tal y como alertan desde la Asociación de Ictus de Aragón (Aida), que volvió a reabrir sus puertas tras el confinamiento, pero donde los talleres grupales están «totalmente paralizados», según su presidente, Miguel Lierta.

«Son actividades para pacientes crónicos que tienen como objetivo que no pierdan sus funciones diarias, pero no hemos podido retomarlas y eso está generando frustración. Tampoco el apoyo psicológico a los familiares lo tenemos en marcha», explicó. «Hay miedo al contagio, hay incertidumbre, y muchos usuarios se encuentran en sus hogares», añadió.

El colectivo celebra este año sus 20 años y cuenta con alrededor 570 socios. En rehabilitación atiende a unos 116 usuarios, los más perjudicados por la situación. «Sí se sigue a pleno rendimiento, de manera individual, con los pacientes con daño cerebral adquirido, pero en equipos hemos tenido que suspender todo y no sabemos si volverá», lamentó el presidente.

Los datos que maneja la asociación apuntan que, cada año, se producen en Aragón alrededor de 2.800 ictus, que supone la primera causa de muerte en la mujer y la segunda en el conjunto de la población aragonesa. A finales de septiembre, el hospital Clínico de Zaragoza estrenó su unidad de ictus, que podrá atender a 400 pacientes al año. Pese a esta ampliación, los afectados consideran que «sería necesario» aumentar de dos a cuatro las camas del Royo Villanova para esta patología, al tiempo que la unidad del Servet alcanzara las diez frente a las ocho actuales. «Nuestro mayor orgullo es atender a pacientes que ya han recibido el alta en el sistema público y que acuden a nosotros para seguir trabajando en su independencia funcional, pero son tiempos difíciles para la enfermedad y también para la asociación», subrayó Lierta. Tuvieron que hacer un erte y ahora han podido rescatar a algunas empleadas para seguir adelante. «Hacemos un gran esfuerzo», añadió.

El presidente de Aida, que también sufrió un ictus, envió el pasado verano un comunicado a toda la comunidad para transmitir «tranquilidad» respecto a las medidas de seguridad en los hospitales de Aragón. «El ictus es una emergencia sanitaria también y no puede haber miedo a ir al hospital, porque si no se va pronto las secuelas son mayores», recalcó.

TESTIMONO / Carlos Inés: "Me salvaron la vida"

Fue su mujer quien percibió que algo le pasaba. Carlos Inés, un zaragozano que entonces tenía 65 años, no se expresaba como siempre y su coordinación tampoco era la misma. Aquel día celebraba su jubilación, pero la fecha, lejos de quedar marcada por el fin de su etapa laboral, pasó a ser inolvidable por el ictus que sufrió. «Estábamos en casa y ella dio la voz de alerta. Llamó al médico, llegó la ambulancia y por mi propio pie pude llegar a la calle, pero ya en el Miguel Servet no me sentía igual. No podía hablar bien, ni moverme. Hasta ese día no sabía lo que era un ictus», cuenta este aragonés.

Aquello sucedió hace 7 años y, desde entonces, no olvida a diario que tuvo mucha suerte. «Me encuentro bien y estoy vivo, no puedo pedir nada más. Solo le pido a la gente que a cualquier síntoma que tengan vayan al hospital o avisen, porque en Aragón contamos con el Código Ictus que se pone en marcha de manera muy rápida, con un equipo preparado, y eso salva vidas», remarca.

El diagnóstico de Inés fue que tenía la carótida obstruida y eso le llevó a que la parte derecha de su cuerpo quedara paralizada. Reconoce que «relativamente» llevaba una vida saludable, pero su gestión al frente de un negocio textil le llevaba un tiempo provocando muchos nervios y estrés.

Saber reconocer los síntomas es fundamental para actuar de forma rápida. La parálisis de una parte de la cara, la pérdida de fuerza súbita de un brazo o de una pierna, así como los problemas para hablar son las señales más comunes. «Es fundamental cuidarse, pero también tomarse las cosas con tranquilidad, sin esos agobios, porque todo pasa factura», cuenta Inés.

Desde el día en que salió del hospital hasta ahora, este aragonés inició un vínculo con la Asociación de Ictus de Aragón (Aida) para su rehabilitación y también para mantener una rutina diaria que le hacen sentirse activo. «Los médicos me salvaron la vida, pero la asociación me ha dado también una segunda oportunidad y nunca les estaré suficientemente agradecido. Me siento con muchas ganas de vivir», confiesa.

Un confinamiento duro

En tiempos de pandemia, Inés (y todos los pacientes de ictus) son personal de riesgo. «Está siendo difícil, llevo dos meses sin ver a mis nietos, salvo por foto o video, y paso mucho tiempo en casa. Durante el confinamiento subía a la azotea a dar paseos, pero ando con mucho cuidado», confiesa.

La rehabilitación y los encuentros en la asociación le permiten «airearse» y, junto con el presidente Miguel Lierta (que también sufrió un ictus), ayuda «en todo lo que haga falta», reconoce. «Aquí estoy rodeado de un gran equipo humano, he pasado por todos los especialistas y estoy muy contento», asegura Inés. «Me llevé un gran susto, pero estoy aquí y eso es lo más importante. Mi hija y mi mujer me repiten cada día que tengo que cuidarme y tener mucho cuidado de contagiarme, pero en la asociación están todas las medidas y me viene muy bien venir», cuenta.