No hay una cifra concreta de los que se han ido este año. Dicen en las asociaciones de hosteleros que algunos esperaban hasta el último día del 2020, con el cierre del año fiscal, para hacer sonar la persiana hasta abajo. Otros están hibernando, aguantando, esperando que la vacuna haga el efecto bien conocido y reconduzca el mundo. Pero alguno más caerá, mascullan, mostrando por enésima vez la incomprensión por el maltrato político recibido durante la crisis que a tantos se ha llevado. Al menos a mil, algunos de ellos bien conocidos. Por eso han dejado huella. Por sus tapas, su comida, su música, su humor, por el significado que tuvieron en la sociedad zaragozana.

Aquí no están todos, solo unos cuantos para servir de recuerdo: Asador Campo del Toro, en la plaza del Portillo; Casa Pascualillo, en la calle Libertad; La Mancha Brasa, en Santa Catalina; El Morrudo, en Azoque; El Zuco, en Sagasta, El Ciclón, en la plaza del Pilar; el Araya, el Fede, el Artigas, el Juan Sebastian Bar...

Cuenta Chema Sanjuán, dueño del Campo del Toro y bien acostumbrado a tratar con gobernantes en su establecimiento, que los políticos «saben que van a caer mil, dos mil o los que sean, pero que cuando la crisis mejore se volverán a levantar muchos, sobre todo los locales que se han quedado prácticamente montados y que no habrá que pagar ni traspaso».

Por ahí explican algunas razones de la desconsideración con la que han sido tratados, aunque no olvidan que en más de un caso los bares son un punto de encuentro cultural en el que se comparten historias y tiempo. ‘Benditos bares’, decía el anuncio de Coca-Cola que quería rendir homenaje al lugar de reunión por excelencia en España. Más recientemente hizo algo similar Ambar, en una campaña de impulso a las reaperturas.

Más allá de que regresen con otras caras u otro nombre, hay cosas que no volverán. De vuelta al Campo del Toro, por ejemplo, entre clientes y turistas se colaban «políticos aragoneses como Lambán y Beamonte, que venían mucho, pero también pasaron Mariano Rajoy o Pablo Casado, además de gente como los borbónicos Marichalar o Froilán. En los últimos meses estuvo también Pau Donés poco antes de fallecer», cuenta Sanjuán, que dio de comer a cientos de cuadrillas, a primeros espadas como Ortega Cano, Ponce, El Juli, José Tomás, Esplá... «y a muchos ganaderos que hoy lo están pasando francamente mal, regalando hierros a precio de saldo».

Les gustaba, sobre todo, la atmósfera que se encontraban, la música y la decoración, principalmente el trato. Igual que en el Juan Sebastian Bar, que se marchó en septiembre y dejó su aura, «la de un sitio muy especial al que la gente iba a divertirse, sin saber siquiera quién actuaba ese día». La razón es que les daba igual, «sabían que había espectáculo de jueves a domingo, y eso es algo muy difícil. Incluso a nivel nacional se quedaban sorprendidos de que hiciéramos cuatro días seguidos. Por eso da tanta pena y por eso intentaré abrir otro Juan, un café teatro que será mejor porque no cometeré los mismos errores», cuenta Mariano Bartolomé, que se ha rendido momentáneamente. Anda a la caza de un local para abrir otro café-teatro, una especie de Juan 2 en el que compartir risas sin preguntar quién está en el escenario.

Apenas dos minutos había caminando entre el Juan Sebastian y el Artigas, otro de los que ha dejado un vacío entre sus innumerables clientes. No es para menos. Había donde elegir hasta hartarse. Tapas, tortillas, montados, raciones, bocatas, platos combinados, torreznos... y decenas de fritos, marca de la casa. Más de cinco decenios ha aguantado el establecimiento, 45 años con Quique Artigas al mando.

Más solera tenía Casa Pascualillo, que había superado los ocho decenios de historia cuando anunció su cierre el pasado octubre. Uno de los puntos de referencia de El Tubo atravesó todas las crisis hasta que llegó el coronavirus y se llevó consigo las cigalas de la huerta, los talentos de cordero, el estofado de toro, miles de historias.

Hasta aquí algunos los caídos en el 2020. No serán los únicos, están seguros, «porque estamos exhaustos y aún nos toca subir el Tourmalet sin alimento ni agua», concluye Luis Vaquer, presidente de la Confederación de Empresarios de Hostelería y Turismo de Aragón, al pensar en la cuesta de enero. Se van los bares, los nuestros, los de toda la vida, resisten e incluso florecen las franquicias. Algo no funciona por aquí.

Algunos de los que ya se han ido

Algunos de los que ya se han idoEl Campo del Toro, tres décadas dando la vuelta al ruedo

«Yo llevaba cinco años y el negocio tenía 30, pero me di cuenta enseguida de que era imposible poder con la crisis. El 50% del beneficio lo sacábamos en los Pilares y desde marzo ya no volvimos a abrir, era inviable sostenerlo», explica Chema Sanjuán, propietario del Campo del Toro, un restaurante que ha atravesado tres décadas junto a La Misericordia. Por la plaza y el restaurante pasaron innumerables famosos, del mundo taurino obviamente, pero también políticos, futbolistas, cantantes, humoristas y un sinfín depersonajes variopintos.

El viernes 13 se apagó la brasa. No habrá más rabo de toro, ternasco o arroces. «Cuando vi que no iba a haber Fiestas del Pilar, me di cuenta de que sería imposible aguantar el tirón. En julio me seguían cobrando el alquiler y no hubo forma de renegociarlo. Ahí sigue el local vacío. Aunque en el fondo, si lo pienso bien, me hizo un favor porque igual hubiese vuelto a abrir y habría sido peor, con muchas más pérdidas. Muchos me decían que aguantara, que estaba loco, pero no... No sé si fue suerte o acierto, pero no me arrepiento de nada. Volvería a cogerlo y lo volvería a cerrar también», dice Sanjuán, que recuerda que cogió el negocio «por algo sentimental» después de muchos años de cliente. «Cuando se cerró hace 6 años me dio mucha pena y me decidí. Costó arrancarlo, pero luego funcionó muy bien pese a que tuvimos que dedicarle muchas horas de trabajo».

Chema junto a Jaime de Marichalar, en Campo del Toro

El consumo solo en terraza acabó con La Mancha

Las restricciones sanitarias fueron fundamentales para evitar los repuntes masivos de casos positivos, pero terminaron por hundir a negocios que vivían de la hostelería. El asador-brasa La Mancha, ubicado en la calle Santa Catalina de Zaragoza, carece de terraza y después de tanto tiempo cerrado, los gastos le ahogaron. «Empezó esto de la pandemia y las deudas cada vez fueron más gordas. Con el dinero no me daba», explica su joven expropietario, Fernando Hinojosa.

«Si en enero hay otro repunte y no tengo terraza, ¿de qué sirve estar abierto? Además nos ahogan con los impuestos», se preguntaba Hinojosa. Después de toda una inversión en el restaurante en pleno centro de la capital aragonesa, dos años al frente y múltiples eventos a lo largo del curso, se vio abocado a echar la persiana.

«Después de la inversión que hice, es una putada. Piensas en los empleados, cómo van a quedar, y también el pufo que te quedas para quitarse ese dinero y por eso se intenta traspasar. Te esfuerzas mucho para nada», manifiesta Hinojosa. Aún con todo y la mala experiencia de regentar un negocio en época de pandemia, a este joven zaragozano no se le quitan las ganas de seguir adelante: «Cuando pase todo quiero volver a empezar, cuando me recupere». Aunque reconoce que ahora son tiempos difíciles: «Ahora esto me ha destruido, y me tengo que recuperar», añade.

El equipo de La Mancha

Los monólogos son soliloquios sin el Juan Sebastian

Mariano Bartolomé aguantó hasta septiembre. La historia no es original ni valdría para un monólogo. Quizá con el tiempo se le pueda sacar un punto de humor, pero hoy suena parecida a las demás. «Se me acababa el alquiler, se había muerto el dueño del local, con los herederos no había manera de negociar y tuve que dejarlo porque no podía atender a los pagos».

Ahí se acabó la historia de uno de los garitos más particulares que haya cruzado la tarde-noche zaragozana en los últimos lustros, que llegó a calar entre sus numerosos fans. «Estoy buscando otro sitio para hacer comedia, cultura, lo que sea... Pero la pena no se pasa», dice Bartolomé, que se queja de no haber recibido ninguna ayuda. «Ahora me reclaman que pague el primer trimestre de autónomos, encima no me han dado el paro... Son todo buenas noticias, ya se ve, pero aun así trataré de salir adelante, aunque ya no sabes ni a quién dirigirte. Hasta la SGAE nos ha dicho que no le queda ni un duro».

Ha pasado en el Juan «haciendo comedia» desde el 2001, «aunque yo lo cogí en el 2005». A punto de cumplir dos decenios tuvo que cerrar «muchas noches de alegría y cariño» en las que se queda con «los amigos de verdad que hice y que han quedado para siempre». Mariano espera que regresen a la vuelta de la vacuna los monólogos, el humor, la atmósfera mágica del teatro de la improvisación. ¿Cómo? «Yo soy cabezón, me bautizaron con agua del Ebro». Amén.

Mariano, ante la puerta del Juan Sebastian

La tormenta del coronavirus pudo con El Ciclón

Tan solo un año regentando el restaurante, desde febrero del 2019, para tener que cerrarlo por las consecuencias de la pandemia del coronavirus. Pero tan solo ese año le bastó a Pedro, dueño del negocio, para convertirse en uno de los restaurantes de referencia en el centro de la capital aragonesa.

«El restaurante iba muy bien. El 2020 era muy prometedor y recién comenzado incluso abrimos otro local, invertimos ahí fuertemente», señala. A pesar de que los comienzos no fueron fáciles, y menos cuando las recomendaciones de anteriores propietarios no eran las ideales. De hecho, Pedro puso todo su empeño para que funcionara: «Solo guardé un día de fiesta en el tiempo que lo hemos tenido, me dejé la vida», apostilla.

Todo un año de reservas que «se fue al traste» por el covid-19. «Teníamos músculo para aguantar dos meses, tres meses. Pero cuando vimos que era mayo, que era junio, esto no daba para más», lamenta. «La razón en un principio parecía precipitada, pero al final vimos que ha sido lo mejor», enfatiza Pedro, viendo como se ha esfumado uno de sus buenos proyectos.

No obstante, el restaurante queda en el recuerdo de sus clientes. «Todas nuestras opiniones eran muy buenas. Nos han ido llamando, y hemos tenido una segunda ola de felicitación por el trabajo hecho, así como correos muy bonitos», expresa.

El local de El Ciclón, el alquiler