Cuando estaba negociando el traspaso del Canal Interoceánico con el presidente norteamericano Jimmy Carter, el líder panameño Omar Torrijos acuñó una metáfora de muy política plasticidad: «Estiremos la cadena hasta donde se pueda, pero sin molestar al mono».

Carles Puigdemont, el presidente catalán, no debía conocer esta advertencia o parábola de Torrijos porque sigue estirando la cadena, pegándole tirones a la Constitución y a la hasta ahora pacífica convivencia de los ciudadanos que han tenido la mla suerte de encadenarse con él a un barco que no atravesará canal ni futuro alguno. Tanto han estirado de la cuerda, o de la cadena, Puigdemont y Oriol Junqueras (los únicos que realmente tiran con ganas), que al final han incomodado al mono gramático, al ogro filantrópico, al Leviatán del Estado, y de repente todo son gritos y agresiones mutuas.

Para no sufrir alguna que otra dentellada, o quedar atada, encadenada, la izquierda alternativa de Doménech, Colau e Iglesias se ha apresurado a soltar la cadena, dejando solos a Junqueras y Puigdemont con esa otra jaula de monos tribales donde impera la selección genética y el lenguaje de los gestos.

El ejemplo del PSOE, de un Iceta que parece se va dejando de veleidades y medias tintas, y de contemplarse en la doctrina de Pascual Maragall, en la que llegó a profesar el bueno de Rodríguez Zapatero, ha hecho reflexionar a sus socios presentes o futuros, pues cada vez está más claro, desde el punto de vista de la casa común, que si la izquierda pretende volver a gobernar alguna vez este país, no tendrá más remedio que ponerse de acuerdo.

El paso atrás de Podemos y sus mareas y el paso a un lado de Colau dejan a la Generalitat más sola que la una en la reclamación de una consulta ilegal que el Gobierno español ya ha dicho por activa y por pasiva no se va a celebrar, al ser anticonstitucional, e históricamente indefendible, según cualquiera que se haya tomado la molestia de estudiar la Corona de Aragón. En esa línea, muchos catalanes comienzan a creer que lo mejor es soltar la cadena y dedicarse a hacer lazos con los mimbres y cuerdas del Estado Autonómico, en cuyo seno Cataluña goza de un autogobierno que ya lo quisiera Escocia para sí. Mal gestionado, habría que añadir, pues debe 50.000 millones de euros.

Como para que el mono no se cabree.