El Partido Popular, en su Congreso, ha regresado a sus orígenes, simplificando o despojando su ideología de desinencias y tentaciones centristas, para girar o un tanto al polo conservador. En rigor, las diferencias intelectuales, doctrinarias, entre Fraga, Aznar, Rajoy y, ahora, Pablo Casado, no son extremas ni incongruentes. Resulta hasta cierto punto fácil desarrollar una línea evolutiva entre ellos, con los pies siempre en la raíz del árbol, el ideario de la derecha española, tronco de la unidad, la familia y la vida, aunque alguna rama haya amagado buscar luz en el espectro rojo.

No siendo, desde luego, Soraya Sáenz de Santamaría, sospechosa de izquierdismo, su perfil, unido al de Rajoy, apuntaba un poco más hacia el centro político que la clásica imagen y trayectoria de un Casado puramente representativo del conservadurismo tradicional, ligado a Aznar y a Esperanza Aguirre e influido por la doctrina atlantista del primero, consistente, sobre todo, en apoyar a los republicanos estadounidenses para, con ellos (antes con Bush, ahora con Trump), recuperar posiciones en Iberoamérica y Oriente Medio.

El anuncio de Casado de no reformar la Constitución pero sí el Código Penal y el aviso de no soportar más humillaciones por parte de las autonomías díscolas advierte del inmovilismo centralista y de la futura severidad de su gobierno --caso de que consiga llegar a la presidencia--, frente a las fuerzas que tiran de la piel de toro, amenazando rasgarla. No descarta el joven Casado, y así lo ha dicho en su campaña, prohibir aquellas siglas que fomenten sediciones o independencias de una parte del territorio nacional. En este caso no tendría más remedio que reformar la Constitución y redefinir los límites del derecho de expresión.

Al apostar por Casado, el PP regresa a su hogar fundacional y sonríe de cuerpo entero frente al espejo de su historia. Hubo estos años atrás algunas concesiones, veleidades, un largo viaje hacia el centro; finalmente, se ha recuperado el dogma. Hubiera sido mejor lograrlo con una mujer al frente, pero la pugna entre Soraya y Dolores de Cospedal ha destrozado esa esperanza. Tal vez Casado apueste por una mujer para el puesto clave de la secretaría general. Sería un acierto, sobre todo si encuentra alguien mejor que Adriana Levy.

Suerte, en fin, a los conservadores, que lo son, y a mucha honra, en su nueva, aunque reiterativa etapa.