La moda del patinete eléctrico llega Zaragoza cuando a nivel nacional se está abriendo un importante debate por la implantación de un nuevo modelo de negocio que, por la comodidad para el usuario, puede tener una rápida expansión sin que las administraciones hayan previsto una regulación específica. Es el caso de la capital aragonesa, cuya ordenanza municipal que fija las normas de circulación para este medio de transporte data de hace casi una década, el 2009, cuando no se preveía la fiebre que ya se ha desatado en algunas ciudades donde se ha implantado. Otras, como Valencia, se han vieron obligadas a prohibirlos a los pocos días de su estreno. Su implantación está plagada de resultados desiguales, y en algunos casos, como Barcelona, al menos estaban provistos de una normativa lo suficientemente restrictiva como para que su desembarco no fuera problemático.

Este servicio aterriza hoy en Zaragoza Activa, en el edificio de la antigua Azucarera del Rabal, que es el escenario escogido para la presentación en sociedad del Koko kicksharing y su propuesta de movilidad sostenible. Y será una primera toma de contacto para un fenómeno que, poco a poco, ha ido tomando las calles de otras grandes capitales.

EL DEBATE

Su funcionamiento, a través de una aplicación para el móvil, con independencia de cuál sea el coste por minuto, no es precisamente el problema a discutir. Solo sus normas de circulación lo son. Y el hecho de que la el Reglamento de Circulación de la Dirección General de Tráfico (DGT) establezca que, por su condición de vehículo movilidad personal, aunque sea eléctrico, podrán circular o no por la acera dependiendo de lo que diga cada ciudad. Después de la experiencia vivida con las bicicletas, y el conflicto que acabó judicializando la ordenanza municipal que les dejaba circular por ellas, ¿qué hará Zaragoza? ¿Se obligará a los patinetes a ir por la calzada como un vehículo más?

Lo cierto es que, en la actualidad, este boom ha llevado a diferentes ciudades a trabajar en esas ordenanzas específicas. Y el resultado es que no siempre se siguen las mismas reglas. ¿Las del peatón o el vehículo? Esa es la duda.

EJEMPLOS

Barcelona hizo una pionera, que entró en vigor en julio. Otras no la tienen. Madrid y Valencia fueron los primeros puertos escogidos para el desembarco de la todopoderosa firma californiana Lime, participada por Uber que, tras arrasar en EEUU, cruzó el charco y extendió sus tentáculos por Zúrich y París. Prohibidos ya en la capital levantina, pocos días después de su llegada, en la madrileña siguen operando. Y a la tentadora Barcelona, con su reciente normativa restrictiva, la han evitado.

Efímero fue también el despliegue de la alemana Bike Mobility (Wind) a finales de agosto en Barcelona. La Guardia Urbana sacó de las calles un puñado de patinetes y el resto -casi un centenar-fue recogido por la propia compañía. «Este negocio no cumple la ordenanza que entró en vigor en julio: la actividad debe realizarse con guía y con casco», detallaron desde el ayuntamiento.

La cuestión es que esta obligatoriedad no afecta a los coches, las motos y las bicicletas compartidas, así que estos vehículos campan a sus anchas por las aceras y calzadas. Y hay aspectos que, como en la capital catalana, habrá que analizar en su aterrizaje en Zaragoza: intentar que el uso del espacio público por parte de esos negocios privados sea compatible con el de los ciudadanos y con otras concesiones públicas, como el Bizi.