Las campanas de los templos cristianos de Aragón sonaron más fuerte que nunca para anunciar que sus puertas se volvían a abrir al público tras 57 días en silencio. La misa regresó en Zaragoza a primera hora de la mañana en la Basílica del Pilar, donde su acceso, decorado por algunas flores en las rejas, tuvo aforo limitado, por lo que se organizó a los visitantes. La entrada se dividió en dos, un acceso para la celebración de la misa y otro para contemplar la santa capilla. Es allí donde la Virgen aguardaba a los zaragozanos sin manto, para evitar la manipulación y el riesgo que conlleva.

La primera misa, a las 9 de la mañana, la ofició Joaquín Aguilar en el altar mayor, haciendo referencia a estos «momentos tan difíciles» y dando comienzo a la más atípica ceremonia, en la que no hubo cantos, nadie salió a leer y los fieles no se dieron la paz, sino una inclinación o un gesto. Todos ataviados con mascarilla, se sentaron en los sitios marcados por una X. Aguilar rogó por los enfermos y las víctimas del covid-19 y desinfectó sus manos en varias ocasiones, dos de ellas antes y después de dar la comunión.

Separados en la comunión

Una fila de bancos opuestos separó la los que fueron a recibir la comunión, para mantener la distancia, y no se pronunció «el cuerpo de cristo» individualmente, sino una única vez. Posteriormente, se dio la comunión solamente en la mano. Tampoco se recogieron colectas, sí se dejo a la salida un cajón para los donativos. La misa, más breve de lo habitual, terminó recordando las medidas de seguridad, y yendo en paz.

La santa columna sustituye en estos tiempos el beso por una inclinación o reverencia. La capilla de la parroquia del Pilar es otra de las zonas cerradas, donde se ofician bautizos y bodas. «Los bautizos se están manteniendo, pero las bodas se están aplazando», comentó José Antonio Calvo, delegado de comunicación del Arzobispado.

«Estaba ilusionado de que se pudiera abrir. Esto nos lleva a una redistribución de los servicios y de la parte del recinto y de los patios, es una experiencia nueva, y a lo mejor lo que ahora se está haciendo puede quedar de forma definitiva», comentó José María Bordetas, quien ha ejercido como capellán de la Virgen del Pilar durante 57 años.

A ver a la Virgen acudieron Ana María y Ascensión, «para darle las gracias por estar bien», dijeron. Fuera del templo, María Torres aseguró que tenía ganas de volver porque «venía todos los días a la misa y al rosario, ahora manteniendo la distancia y yendo protegidos podemos venir», comentó. Para algunos, era su primera cita de la mañana, otros, como Carlos y su mujer, hacían fila en la larga cola que se disponía para entrar, ya que aprovecharon su paseo matinal para la visita. Conchita y Mayra rogaron «salud y que salgamos de esta».

En la Basílica de Santa Engracia se respiró ilusión, responsabilidad y alegría, según su párroco, Santiago Aparicio. «A pesar de las mascarillas, a los fieles se les notaba contentos», apuntó. Allí, 70 voluntarios colaboran ofreciendo gel hidroalcohólico, explicando cómo es la misa, acompañando a los fieles a los asientos y encargándose de la desinfección tras la celebración.