El Pirineo aragonés guarda en su seno el misterio de siete montañeros desaparecidos desde que empezó el siglo. Las últimas personas de las que no se ha vuelto a tener noticias desde que se lanzaron a recorrer los senderos de la cordillera son una excursionista inglesa, Esther Dingley y el abogado oscense José Andrés Funes Monge.

La primera, de 37 años, salió desde Benasque en noviembre a hacer una ruta circular por el pico de la Salvaguardia, que hace frontera con Francia, y no regresó a donde había dejado el coche. El segundo, de 61 años, no volvió a su segunda residencia en el pueblo francés de Lées-Athas, en el valle de Aspe, tras ir de excursión en diciembre al paraje conocido como circo de Lescun, situado al norte de los términos de Hecho y Ansó. «Confiamos en que su búsqueda se reanude en cuanto llegue el buen tiempo», señala una familiar del abogado, cuyo rastro se intentó hallar hasta que llegaron las primeras nevadas fuertes al Pirineo.

«Desde que desaparecieron no ha habido ninguna novedad», señala una fuente de la Guardia Civil en Huesca. La búsqueda se mantiene en estos casos y se van añadiendo pistas e informaciones a medida que la investigación avanza. Se trata de expedientes que siguen abiertos incluso mucho tiempo después de haberse perdido toda esperanza de dar con la persona objeto de las pesquisas.

Esta es la situación, por ejemplo, de otros cinco desaparecidos, no tan recientes, que llevan ya años con una ficha abierta en los archivos de la Benemérita.

La más lejana desaparición, en lo que va de siglo XXI, ocurrió en el año 2006, cuando un montañero alemán, Reinhard Kulosa, sufrió un accidente en el glaciar de la cara norte de Monte Perdido. Los especialistas de rescates en montaña de la Guardia Civil rastrearon la zona muchos días seguidos. No se halló el cadáver, pero todo apuntaba a que podía haber caído dentro de una grieta.

En el 2009, otra extranjera, Françoise Dasnois, de 48 años, desapareció cuando iba por un sendero en las proximidades del pueblo de Colungo, en la sierra de Guara. No regresó a su coche y se organizaron batidas que no dieron resultado.

En el año 2010, un danés, Michel Nielsen, salió de excursión un día por el valle de Benasque y se perdió su rastro totalmente. Lo mismo pasó con el joven catalán Ferran Camps, que en el 2010 subió al ibón de Plan, montó su tienda cerca del agua y ya no volvió a dar señales de vida.

Y finalmente, en el 2012, un francés llamado Pierre Brachet no regresó tampoco a buscar su coche a la Pradera de Ordesa tras haber recorrido el valle y ascendido al refugio de Góriz, donde fue visto por última vez.

En estos casos tan misteriosos se han seguido otras pistas al margen del extravío o accidente en la montaña. Se baraja la posibilidad de que se trate de desapariciones simuladas de personas que desean iniciar una nueva vida o sustraerse a su entorno familiar. El hecho de no haberlos encontrado, ni vivos ni muertos, alimenta las conjeturas sobre su paradero pero no contribuye a aclarar la suerte que sufrieron ni a determinar dónde se encuentran.