Un mantra de internet asegura que de la petanca no se puede vivir. Puede ser. Pero eso no es lo que piensan los jubilados del barrio de Casablanca. La pista, junto al centro cívico Isaac Valero, está rodeada por las pequeñas jardineras que los propios usuarios llevan años regando, plantando, podando y cuidando con interés. Ellos mismos mantienen la zona de juego en buen estado al tiempo que se preocupan por la vegetación del entorno. Lo mismo riegan unos geranios que sacan brillo a las bolas metálicas. Es una labor social, pero al mismo tiempo es una fuente de ocio activo con la que están encantados. Igual que el resto de vecinos. Solo hay que verlos manejando el rastrillo y retirando hojas muertas para valorar su actividad, su buen humor y su vitalidad.

El grupo de petanca del barrio es una referencia en toda la ciudad. Cuenta con unos 40 miembros y hasta hace unos años eran un club deportivo. Pero decidieron dejarlo por eso de la burocracia. Algo que no les impide mantener la actividad y acudir (ahora con las restricciones que marca el covid) a las pista de otras zonas de Zaragoza. Allí aparecen encantados, sabiendo sobre su capacidad para entusiasmar y animar al resto de aficionados. En su día llegaron a competir de forma oficial. «Somos todos gente del barrio, no nos lo pide nadie, pero nos parece una buena forma de pasar la mañana», indica el que fuera presidente de la entidad, Manuel Aldea.

Bambú en el canal Imperial

Los parterres junto a las pistas de petanca, en los alrededores de la casa de la juventud da gloria verlos. Han plantado unos bambús junto al canal Imperial (algo que les da mucha faena, pues consumen mucha agua), tienen varios rosales que lucen en primavera en su máximo esplendor y hace unos días metieron en tierra un pequeño avellano. Con todo, en los últimos días el árbol más importante que han puesto es una robusta carrasca en memoria a los vecinos del distrito que han muerto por el coronavirus. «Somos personas mayores y tratamos de respetar las distancias, pero no podemos negar que estos días han sido duros para muchos de nosotros», expresa.

Toda prevención es poca atendiendo a las edades de estos voluntarios. Uno de los más mayores, superando los noventa, se llama Máximo. Algún día se retrasa un poco, pero siempre acude a su cita con la azada. «Se lo pasa en grande». Julio llevó la semana pasada unos geranios. Otros se acercan con un sobre de claveles de la china pensando en las flores que saldrán. Lo hacen de forma altruista, eso sí. Y lo hacen de forma legal después de que el pasado mes de febrero el propio Ayuntamiento de Zaragoza les concediera los permisos necesarios para intervenir en esos espacios que llevan trabajando desde hace más de 12 años.

En realidad no piden mucho más, aunque eso sí, no les importaría recibir alguna ayuda económica para poder pagar el abono, las semillas y afrontar los pocos gastos que tienen en cuerdas y material de jardinería. También les gustaría que el propio equipo de parques y jardines les echara una mano para retirar las bolsas de basura que llenan con hojas muertas o con ramas y restos de poda.

Aldea, que ha sido profesor de ingeniería, se vuelca con el pequeño oasis que han formado en el barrio.

«Es necesario agradecer la labor del director del centro de mayores y de la junta del distrito pues tienen muchas atenciones con nosotros», dice. Colgados de los plátanos van dejando sus gamuzas, las cuerdas con imanes que usan para levantar las bolas y los botes de gel hidroalcóholico. En su territorio evitan las disputas, aunque en los meses de toque de queda no se han librado del vandalismo. Recuerdan que colocaron unas macetas alrededor de la pista y que unos gamberros las arrojaron al canal. Una decepción que les lleva a decorar con más ganas el entorno. Ahora solo queda esperar a la primavera.