Salvo en el PSOE andaluz, en ninguna otra federación llegó a producirse una diferencia tan clara entre los avales cosechados por el aparato para su candidata, Susana Díaz, y los votos a favor que finalmente llegaron a las urnas. Que fueron bastantes menos, claro. Aquí, los dirigentes oficialistas acabaron cosechando una clara derrota (más aún porque jamás la previeron) en Zaragoza (sobre todo en la capital) y en Teruel, justo donde más ejerce su autoridad el secretario general y actual presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán. En Huesca sí ganaron. Pero esa victoria va a ser administrada por una cúpula provincial que actúa y pacta por su cuenta.

El fracaso del susanismo frente a los partidarios de Pedro Sánchez ha dejado profundas heridas. Buena parte de quienes se vieron desmentidos por una militancia que llevaba tiempo mostrándose más que harta de los aparatchiks siguen cegados por la rabia. Pero en agrupaciones como las de la ciudad de Zaragoza la rebelión se venía incubando desde que la candidatura a las elecciones municipales se estrelló de mala manera y fue sobrepasada por ZeC, una plataforma izquierdista casi improvisada. Para colmo, Carlos Pérez Anadón, principal protagonista de aquel desastre, fue luego uno de los miembros de la Ejecutiva Federal que dimitieron como paso previo al golpe de mano contra Sánchez rematado en el Comité Federal del 1 de octubre.

Ahora la situación está muy clara, porque tiene una inequívoca traducción aritmética que deja poco margen para la duda. El PSOE aragonés, como el de toda España, necesita enfrentarse a sus gravísimos problemas, renovarse, reinventarse y adoptar una posición clara en el proceso de Segunda Transición que, a trancas y barrancas pero de forma evidente, vive el país. Por eso ha llamado la atención que mientras en la provincia de Zaragoza, en Teruel y por supuesto en Huesca fraguó con relativa facilidad un consenso para proyectar el resultado de las votaciones a secretario general sobre la elección de delegados al próximo Congreso Federal, en la capital aragonesa los enfurecidos secretarios de las agrupaciones rechazaran todo acuerdo y se lanzasen (sin demasiado éxito en la mayoría de los casos) a intentar, una vez más, mantener su férreo control sobre la militancia.

Al socialismo oficial, en Aragón, le sobra soberbia y paranoia, y le falta inteligencia política y perspicacia. Deberían saber sus jefes que el papel de la militancia irá a más, no a menos. Las bases son conscientes de su propia fuerza, han ganado una votación contra viento y marea... y no admitirán que las viejas guardias y los profesionales les enmienden la plana.

El caso es que el PSOE, si juega a fondo la baza de su propia transformación interna mediante un relevo como el que se produjo tras el Congreso de Suresnnes, aún tiene alguna opción. Sobre todo porque Podemos no ha sabido aprovechar su ventana de oportunidad y está girando más y más hacia un izquierdismo de minorías. El socialismo aragonés necesita depurarse de bilis, malos humores, enfrentamientos personales y torpes intereses individuales.

Eso, o venirse abajo.