Las alternativas de recuperación de los pueblos abandonados no son muchas. De hecho, el número de estos núcleos fantasma se mantiene estable en cerca del centenar, la mayor parte de ellos en la provincia de Huesca. Entre los que han vuelto a la vida, algunos fueron entregados a sindicatos para su remodelación integral y se han convertido en centros de actividades o vacacionales, otros fueron adquiridos por asociaciones que los han rehabilitado y unos pocos reviven gracias a iniciativas particulares, convirtiéndose en ecoaldeas. Sin embargo, la mayoría sigue envejeciendo mal y formando parte de improvisadas rutas para visitantes que buscan algo diferente.

Algunos, como Centenera, cerca de Graus, se han convertido en el reducto de profesionales liberales, gran parte catalanes, que prefieren la tranquilidad de la vida rural al ajetreo de Barcelona. La unión con la realidad es un hilo invisible, el de la conexión a internet en banda ancha.

VUELTA ATRÁS

En otros se ha querido recuperar en serio la vida rural que se disfrutaba --o padecía-- tan solo dos generaciones atrás. Es el caso de Raluy, una aldea que depende de Veracruz, un pueblo de exótico nombre que, sin embargo, está en pleno Valle de Isábena, en la Ribagorza. Un grupo de personas está tratando de adquirir el pueblo, con 400 hectáreas de terrenos, creando una sociedad limitada. Aquel que quiera participar puede comprar una acción, que actualmente vale 52.000 euros, y da derecho a construir una casa unifamiliar, un huerto y un jardín e incluye los costes de urbanización y mejora.

Pero el dinero no es problema. Para los que estén interesados y no cuenten con fondos suficientes, se puede negociar un alquiler razonable, a cambio de trabajo en la construcción o colaborando con la comunidad, ya que probablemente se crearán cooperativas de trabajo.

La iniciativa de recuperación de pueblos abandonados no es nueva. La comunidad aragonesa se benefició hace ya varios años de un programa estatal que, en una de sus vertientes, colaboró con las centrales sindicales aragonesas. Se trata del Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados (PRUEPA), que surgió a raíz de los núcleos rurales que quedaron deshabitados durante los años 70. Se trata de un proyecto educativo que pretende el acercamiento de los jóvenes a la vida rural, promovido por los Ministerios de Medio Ambiente, Rural y Marino, de Educación y de Vivienda y con el que colaboran las consejerías de Educación de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, de la Junta de Extremadura y del Gobierno de Aragón.

Se beneficiaron de este programa Ruesta (Zaragoza), cedido a la Confederación General del Trabajo (CGT); Morillo de Tou (Huesca), cedido a Comisiones Obreras de Aragón; Ligüerre de Cinca (Huesca), cedido a UGT, y La Penilla (Huesca), a la Unión de Agricultores de Aragón (UAGA-COAG).

Otras asociaciones han emprendido también iniciativas para recuperar alguno de esos núcleos. La Asociación Scout de Aragón, por ejemplo, se hizo con Griebal (Huesca); Cruz Roja, con Saqués, en la misma provincia; y la Fundación Benito Ardid ha hecho de Isín, en Huesca, un pueblo-albergue especializado en las personas con discapacidad.

Otros pueblos recuperados tienen detrás historias más poéticas, con protagonistas que lo dejan todo por vivir de otra manera y llegan a okupar casas dejadas de la mano de Dios. Es el caso de Aineto, Artosilla, Ibrot, Sasé, Campol, Mipanas, Bergua o Morielo de San Pietro. En el caso de Aineto, por ejemplo, el final fue feliz. A finales de la década de los 70 e inicios de los 80 unos jóvenes se establecieron allí. Estos ocupantes se asociaron con sus vecinos de otros pueblos recién ocupados (Artosilla e Ibort) para formar la asociación Artiborain. Finalmente, en 1987 Aineto fue cedido por la Administración a esta asociación.