A Caridad, una zaragozana de 88 años, no le gustaba el asilo de ancianos en el que vivía. Allí, antes de que el coronavirus asolara las residencias de toda España, conoció a una pareja que había sido contratada por la hija de otra interna para realizar paseos en la calle y vio la oportunidad de estar cuidada en un piso en vez de un geriátrico. Nada más lejos de sus pretensiones, ya que ese matrimonio vio en ella la gallina de los huevos de oro, llegándola a estafar e, incluso, a conseguir que fueran declarados herederos universales en contra de su hija biológica. Durante ocho meses de convivencia fue retenida en contra de su voluntad y hasta su alimentación era desatendida. Los supuestos responsables de todo ello fueron detenidos por el Grupo de Policía Judicial de la comisaría de San José de la Policía Nacional, en Zaragoza.

Una investigación que se inició en febrero de este año, después de que la cuñada de la anciana tuviera sospechas de la salida de su familiar de la residencia Mater, situada en la calle Baltasar Gracián de la capital aragonesa. El día de San Valero, el 29 de enero, Caridad hizo su maleta y se fue con los arrestados, identificados como D. G. A. y J. A. G., de 68 y 57 años y de origen español. Era una mujer que no tiene afectadas sus capacidades volitivas e intelectivas. Ahí comenzó su pesadilla en la que le sorprendió hasta el confinamiento implantado por el anterior estado de alarma.

Desaparición

En un primer momento, la Policía trató los hechos como una desaparición. La directora del geriátrico  (que no quiso atender a este diario) les explicó con quiénes estaba, si bien no sabía dónde. Fue en el mes de septiembre cuando los agentes consiguieron localizar a Caridad en un piso del número 31 de la calle Zaragoza la Vieja. En ese mismo momento la mujer espetó a uno de los agentes: «Sácame de aquí, me tienen encerrada, quiero irme con mi hija». Asimismo observaron que presentaba un estado visiblemente desmejorado a la imagen que ellos tenían, que había adelgazado bastante. En concreto, perdió 30 kilos. Allí también se encontraban los que posteriormente serían detenidos, quienes se identificaron como sus cuidadores alegando que la anciana no tenía ningún familiar que la quisiese atender.

Durante el transcurso de la investigación los agentes pudieron averiguar que los movimientos de la cuenta corriente de la víctima mostraban reintegros en cajeros de elevadas cuantías, movimientos que nunca se habían realizado con anterioridad al mes de febrero de este año. En concreto, más de 6.400 euros. Para poder realizar estos reintegros, los detenidos engañaron a la mujer para cambiar el número pin de la cartilla.

Pero el engaño fue más allá, ya que también persuadieron a la anciana para que firmase un cheque de más de 82.000 euros con el que realizarían la compra de un inmueble a nombre de la víctima. Posteriormente se descubrió que también existía un testamento de últimas voluntades, donde Caridad dejaba toda su herencia a los presentados como detenidos. La víctima no recordaba nada sobre esos trámites, ni sobre la compra-venta, los cheques, ni tan siquiera el cambio de pin. Los detenidos fueron puestos a disposición del Juzgado de Instrucción número 6 de Zaragoza cuya jueza dejó en libertad.

Carcasas de pollo para cenar

Carcasas de pollo que previamente eran cocidas para hacer un caldo que no se incluía en el menú. Ese era el plato casi diario que cenaba la mujer octogenaria que fue víctima de la pareja de estafadores ahora detenida en Zaragoza. Una alimentación que llevó a provocarle a Caridad una pérdida de peso de 30 kilos en los ocho meses en los que los arrestados la tuvieron retenida en contra de su voluntad en una vivienda.

Una forma de actuar que muestra el desprecio con el que D. G. A. y J. A. G. trataban a la anciana, a pesar de que habían sido designados como herederos universales de todo su patrimonio cuando muriera. Quizá era el fin último. Pero no solo era la escasa alimentación, sino que, además, según pudo saber EL PERIÓDICO, la mujer tenía prohibido salir a la calle.

Pasaba las 24 horas en el piso de la calle Zaragoza la Vieja número 31 que ella había pagado con la venta de su anterior vivienda con la que pretendía pagarse la estancia en la residencia privada en la que estaba, pero los detenidos la engatusaron para estafarla. Sus captores le cerraban la puerta con llave. Ella llegó en alguna ocasión a pedir ayuda por la ventana a la gente que andaba por la calle, pero nadie le hizo caso. Su estado de dejadez hacía pensar que la mujer podía no estar en sus cabales.

Además de no poder pisar la calle y respirar aire fresco, la mujer de 88 años era encerrada en su habitación todas las tardes a las 19.00 horas. Era su particular toque de queda, obligatorio, porque ella les suplicaba poder ver la televisión, alegando que no tenía sueño, pero la respuesta era siempre negativa. Allí pasaba las horas en la cama hasta que era despertada al día siguiente en su particular cárcel.