No hay ninguna razón, salvo el miserable politiqueo, para que los aragoneses no lleguemos a un acuerdo sobre Yesa y el tema hidráulico en general. Es más, tal acuerdo debiera haberse buscado (y alcanzado) hace años, y el presidente Iglesias ya hizo algún amago en tal sentido, pero como en su propio partido y entre los coaligados del PAR los había muy apegados a la idea de que los pantanos, cuanto más grandes mejor... pues por si acaso lo dejó correr.

Pero estos días vuelve a estar de moda la idea de consensuar Yesa (gracias, entre otras cosas, a la agudeza del consejero Boné). Y toda la gente sensata se pronuncia por la labor, salvo el PP, por supuesto; pero es que los señores populares tienen una meta hidrológica muy peculiar, que consiste en incrementar como sea las reservas regulables en la cuenca del Ebro para trasvasar mejor. Por eso no se les quita de la boca el Pacto del Agua, pacto virtual e inexistente que jamás se cumplió, que jamás se quiso desarrollar en su filosofía y en su letra y que, si nos deslumbró en su día, en realidad nunca pasó de ser la argucia de un político condenado luego por corrupción (Antonio Aragón) para convencer a un presidente aragonés particularmente ingenuo (Emilio Eiroa) de que, si nos hacían aquí unos cuantos embalses más, a cambio dejaríamos de oponernos al trasvase de los excedentes , lo cual venía a ser como aquella meretriz que además pagaba la cama.

Nadie negará que en nuestra atribulada cuenca fluvial hay obras de regulación pendientes. Habrá que estudiarlas muy bien estudiadas y justificarlas muy bien justificadas (sobre todo las más grandes e impactantes). Y ahí radica el meollo del nuevo pacto, que no puede ser otro documento de consumo político sujeto a interpretaciones interesadas, sino un gran acuerdo social que al fin ceda a los afectados por dichas obras el protagonismo que les corresponde. ¿O hay alguien con hígados para echarles a patadas de sus tierras y de sus pueblos?