—Hace unos días dijo en Zaragoza, durante la presentación de su libro ‘La vida en cuatro letras’, que por fin estaba contento. ¿Tanto ha sufrido López Otín?

—Cuando se ve el lado oscuro de la vida, con una intensidad tan potente, cuando te asomas al abismo más profundo del mundo piensas que no vas a salir. Pero también te das cuenta de que en el sufrimiento máximo el ser humano puede encontrar argumentos y yo he logrado alcanzar de nuevo mi armonía molecular.

—Ataques personales a su trabajo que le obligaron a retirar varios artículos científicos, difamaciones y un virus en el animalario de su laboratorio que acabó con la vida de 6.000 ratones en un día. ¿Por qué todo esto?

—En el libro no aparece la palabra venganza ni envidia por ningún lado. Se me juzga porque, en trabajos de hace 20 años, se dieron erratas o ni siquiera eso porque la tecnología que se usaba entonces para completar figuras obligaba al trabajo manual. Ponerte a revisar toda mi vida profesional, durante 32 años, para encontrar que hace 20, en un trabajo científicamente irrelevante, hubo algún problema es tan perverso que no tiene sentido.

—Llegaron incluso amenazas anónimas e insultos a su pueblo, a Sabiñánigo.

—Sí, a mi hijo también. Y a dos estudiantes, que han dejado la carrera científica porque han caído en una depresión profunda. Lo que me ha pasado a mí le pasa a mucha gente, lo que pasa que lo mío se retransmitió en directo. Fue tan irrelevante científicamente lo que se contó en ese periódico que quiero apartarlo de mi mente. El principal problema fue el daño psicológico. Hay redes profesionales que viven de esto, de los clicks y los likes... Te empiezan a llegar miles de anónimos, unos responden, otros no, y con todo ese ruido se crea una bola.

—¿La infección de los ratones fue la gota que colmó el vaso?

—Desaparecieron 6.000 ratones en un día y mis ocho estudiantes de doctorado se quedaron sin trabajo. Es como si en una redacción les quitan los ordenadores. Podrían usar máquinas de escribir o bolígrafos, pero nunca será lo mismo. La recuperación total de ese laboratorio es de 10 años y ahora estamos diseñando estrategias para trabajar sin ratones. Afortunadamente, ya tenemos embriones congelados y están creciendo las colonias. También hemos conseguido terminar, en medio de las ruinas, un trabajo que va a tener mucha relevancia y está relacionado con el genoma y la longevidad.

—Es el científico español más citado en el mundo y está entre los diez de Europa. ¿Le ha sorprendido su fragilidad?

—Ahora parece que todo gira en torno a una felicidad ficticia, con mensajes rápidos y miles de imágenes, y esa sensación de que somos vulnerables se nos olvida, y solo nos damos cuenta de ella ante la enfermedad. La esencia de la especie humana es ser frágil.

—¿Cómo se escribe un libro en 28 días?

—28 días y 28 noches, las tengo perfectamente calculadas. Surge de una catarsis tras el daño. Yo cada día contestaba 200 mensajes de correo, recibía 50 llamadas en el laboratorio porque no tenía móvil, cada semana daba una conferencia en cualquier parte del mundo e impartía 5 horas de clase. De repente, por prescripción médica, pasas a cero. Desconexión total. Me fui a vivir a una isla (Mallorca), donde mejor podía interpretar ese consejo médico. El primer día estuve indeciso, pero tenía que hacer algo porque la mente, por tendencia natural, va a pensamientos negativos. Me puse a escribir y, en vez de hacer algo divulgativo, me salió hablar del lenguaje de la felicidad.

—¿Es un libro de autoayuda?

—Sí, pero de ayuda al autor. Lo que pasa que me estoy dando cuenta de que se ha convertido también de ayuda a los lectores. —¿Qué letras son las que conforman la felicidad?

—Están en la cadena del ADN, con un código molecular de cuatro letras: A de adenina, C de citosina, G de guanina y T de timina. Es el lenguaje del genoma humano. Ahí está nueva vida y nuestra predisposición a la misma. La primera amenaza para la felicidad es la enfermedad, pero también hay una enfermedad del alma que hay que tratar.

—Dice que ha sentido una gran decepción social...

—No he perdido mi espíritu creativo, pero sí el social. Me he llevado una gran decepción no de la sociedad común, sino de la sociedad instruida que es capaz de hacer lo que sea por un fin menor.

—¿Queda López Otín para rato?

—Siento que me estoy recuperando. He vuelto a las clases y cada día cierro el aula y la sensación es maravillosa. A una persona que escucha en clase no la puedes engañar. Me siento muy contento.

—Tras la tormenta, recibió una ola de apoyos y le han ofrecido trabajo en Aragón. ¿Vendrá?

—No estoy buscando trabajo y lo que he dicho es que si en Aragón se me necesita para cualquier cosa, estaré encantado de colaborar como siempre. Por eso no me tienen que pagar. La reconstrucción del laboratorio debe ser en el sitio donde ha nacido, pero tampoco tengo claro que me quiera quedar en Oviedo porque allí está la fuente de la toxicidad. Donde me llamen, yo encantado. Prefiero una charla en una aldea asturiana que en Harvard, mi tranquilidad y emoción es mucho mayor.

—¿Se cree a los políticos cuando dicen que van a invertir más en investigación?

—La ciencia no es una prioridad en ningún sitio de España, aunque en Aragón percibo que hay un buen impulso hacia la universidad. La I+D+I no está en la cabecera de los gobiernos, las intenciones son buenas pero al final no se le da el impulso. —¿Va a votar hoy? —No lo sé todavía. Después de estos dos años no sé realmente donde estoy empadronado (se ríe).