Hace ya casi 4 años que Antonio España fue nombrado nuevo provincial (responsable máximo) de los jesuitas en el país. La elección llegó en un momento difícil para el conjunto de la Iglesia y su congregación, que se dispuso a rendir cuentas y pedir perdón por los abusos a menores de las últimas décadas. Esta semana entra en el primer plano en Aragón, donde el sábado será pregonero de la Semana Santa zaragozana. La solicitud llega de la cofradía del Descendimiento, vinculada al colegio El Salvador y organizadora de este acto en el 2021.

-¿Qué supuso para usted que le pidieran ser el pregonero de la Semana Santa zaragozana?

-En primer lugar un honor, porque sé la importancia que la Semana Santa tiene para los creyentes y para toda Zaragoza. En segundo lugar, ilusión, porque era una manera de poder agradecer a la Cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora, que nació en el seno del colegio de los jesuitas de la ciudad, la larga labor que ha hecho en sus 80 años. Y por último, cierto respeto porque me siento como un invitado forastero a presidir una celebración solemne.

-No tiene relación con Aragón ni su particular Semana Santa. ¿Se tendrá que embeber un poco de tradición antes de hablar el sábado?

-Es cierto que no tengo especial relación con la Semana Santa zaragozana. De hecho, por motivos familiares conozco la Semana Santa de Málaga y también la de Sevilla ya que viví allí dos años. He conocido otras en Castilla y León, Murcia… El espíritu de las hermandades y cofradías en nuestro país tiene muchos puntos en común allá donde se da, y esa es la verdadera maravilla. Las cofradías y hermandades nos recuerdan la eclesialidad que expresan, que existe una unidad de sentir entre todos aquellos que vibramos con el recuerdo de la Pasión y Resurrección del Señor.

-La Semana Santa en Aragón está muy marcada por el estruendo, a veces sobrecogedor, sobre todo por el sonido del bombo, otra manera de expresar la fe, en este caso a través de los instrumentos. ¿Qué le parece?

-Me gusta esa manera de expresar la fe, es símbolo de la presencia de Dios en el mundo, inserto en el día a día. Y además es compatible, aunque parezca paradójico, con la profundidad de la oración que muchos penitentes son capaces de alcanzar mientras procesionan y suena el trueno de los tambores, los acordes de la banda y el rumor de la muchedumbre. Y así, curiosamente, el estruendo sobrecogedor que describe puede ayudar al silencio interior como queriendo llegar a lo más profundo de cada persona con este anuncio de la entrega de Jesús.

-Después de dos años sin procesiones, ¿qué mensaje les envía a los 16.000 cofrades de Zaragoza?

-Hemos oído en los últimos tiempos voces que hablan de “salvar la Semana Santa”, en unos casos referidas a la actividad no religiosa. Y en otras referidas a todo el mundo de la religiosidad cofrade. Esta situación actual, en la que “lo de siempre” no sirve, y en la que muchos de los elementos más formales quedan suspendidos, puede convertirse en ocasión para mirar, con hondura, lo esencial de la Semana Santa; contemplar la muerte de Jesús, la muerte y entrega del mismo Dios. Por otra parte, en estos tiempos de inmediatez, adquieren especial valor las grandes fidelidades. Y esas son las de los 16.000 cofrades de la ciudad, que a pesar de todo se mantienen fieles a sus hermandades y continúan la tradición de la forma en que hoy es posible, y que contribuye al bien común de todos, siguiendo las medidas sanitarias.

-La propuesta de que usted sea el pregonero de la Semana Santa zaragozana viene de la cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora, hermandad encargada este año de organizar el acto y que así lo solicitó expresamente a través del colegio El Salvador. ¿Guarda buena relación la congregación con esta cofradía?

-Por supuesto que sí. Quisiera poner en valor el hecho de que un grupo de seglares, en el Viernes Santo de 1935, germinaran la idea de poner en marcha esta cofradía para hacer más visible su pertenencia a la Iglesia, justo en un momento en que la Compañía de Jesús vivía fuera de España tras su destierro y solo unos pocos jesuitas vivían en nuestro país en la clandestinidad. Esa cofradía nació para mantener encendido el fuego de la devoción en los llamados “Luises”, que eran los congregantes de la Real Congregación de la Anunciación de Nuestra Señora y de San Luis Gonzaga del Colegio del Salvador.

-¿Situaciones tan graves como esta pandemia arrastran con ella una crisis de fe o refuerzan el papel de comunidades como la suya?

-Creo que aquí hay dos temas. El de la fe, y el del papel de las instituciones eclesiales. El papel de la Iglesia, ciertamente, se ha visto que es necesario. Por su actividad asistencial parece más claro. Pero me gustaría insistir también en su labor espiritual a la hora de ayudar a dar sentido a todo lo que nos estaba ocurriendo. Y es verdad que, aunque haya gente que quizás pueda perder la esperanza y la fe, también ocurre que la sensación de incertidumbre, la conciencia de la muerte y la vivencia de la fragilidad -todo ello ha ocurrido- despiertan más las preguntas religiosas de lo que las apagan. En medio de todo esto, congregaciones como la nuestra tienen el deber de acompañar a las personas sufrientes en la búsqueda del verdadero sentido de la vida, y en la transmisión de que un Dios que nos ama gratuitamente y nos invita a una misión hacia el mundo de ser personas para los demás, como nos decía Arrupe.

-¿La figura del Papa Francisco ha cambiado, en algún modo, el papel de los jesuitas? ¿Cree que ha podido variar también la visión exterior sobre su congregación, incluso desde otras órdenes?

-Creo que hay un poco de todo. Para algunas personas, que haya un Papa jesuita sí ha hecho que se pregunten por quiénes somos. Para otros ha reforzado sus convicciones sobre nosotros. Hay quien es muy crítico con la Compañía de Jesús. No repito todo lo que se dice de nosotros para mal, pero se habla bastante; y hay quien nos idealiza y tampoco insistiré en ello. La realidad es que ni demonizarnos ni idealizarnos sirve de mucho. La Compañía de Jesús es compleja y diversa, es plural en muchas cuestiones, pero en lo esencial es fiel. En ese sentido, el Papa Francisco sí ayuda a visibilizar algunos de esos aspectos. Primero, porque deja ver, en su mirada creyente a la realidad, la espiritualidad ignaciana de taladrar la realidad, de buscar la presencia de Dios y elegir lo mejor posible: el magis. Segundo, se ha apoyado para algunos temas importantes en compañeros nuestros, y también hemos recibido algunas visitas especiales durante sus viajes, que llevan a muchos a preguntarse quiénes son los jesuitas.

-Los mensajes del Papa desde su llegada, en referencia a temas como la homosexualidad, el papel de las mujeres en la Iglesia o la afirmación rotunda de que no quiere papagayos en misa, han roto de algún modo con una Iglesia catalogada de anacrónica. ¿Ha abierto un nuevo camino? ¿Cree que lo comparte el mundo católico, a veces demasiado tradicional?

-Quienes catalogan la Iglesia de anacrónica a veces lo hacen desde cierta caricatura o simplificación. La tensión en la Iglesia entre miradas distintas, pongamos las etiquetas que queramos, siempre ha estado ahí, probablemente desde los primeros siglos. En realidad, creo que ya existía parte de esa Iglesia que siente que hacen falta algunos cambios. Lo que Francisco está haciendo es abrir caminos en muchos sentidos, como en el de la verdadera sinodalidad de la Iglesia, en la sencillez y humildad que debieran acompañarla, en rescatar la figura del pastor que deben simbolizar los sacerdotes, en limpiar primero la casa propia, en la defensa de la Creación, la reforma de la Curia Romana… empujándonos a hablar, reflexionar y buscar caminos para llegar al siglo XXI. En ese sentido, sí hay mucho tramo por recorrer porque el evangelio ha de seguir encarnándose en realidades distintas y mucho más complejas.

-Los abusos sexuales es algo que a la Iglesia todavía le cuesta afrontar. Sin embargo, la Compañía de Jesús reconoció recientemente en un largo informe que al menos 96 jesuitas han cometido abusos sexuales desde 1927. Por primera vez una orden religiosa educativa hace balance de los delitos cometidos en sus recintos desde 1927. Es un paso adelante. ¿Cree que se ha tardado demasiado en darlo?

-En realidad no somos los primeros, ya antes compañeros del Regnum Christi y hermanos maristas en nuestro país habían hecho sus reconocimientos. Sí creo que llegamos demasiado tarde para algunas víctimas, pero también que estamos a tiempo para con otras; y que la sociedad también está ahora más preparada para acompañar este paso y luchar con nosotros frente a esta lacra que afecta no solo a la Iglesia, sino a otras instituciones civiles y a la familia. Llega tarde, porque a partir del momento en que hay víctimas, siempre es tarde. Y, con todo, es ahora cuando hemos podido hacerlo.

-¿Pesa más el dolor o la vergüenza?

-Sin duda el dolor. Sobre todo por el propio dolor que compañeros nuestros han podido causar a personas vulnerables, menores o no, que estaban a nuestro cargo en instituciones de la compañía. El dolor por no haber sabido evitarlo o gestionarlo mejor en el pasado. Y el dolor porque se haya podido producir algo que va tan en contra del evangelio justo por parte de quienes deberían ser sus claros defensores.

-¿Piensan que lo apropiado es no dar a conocer los nombres ni los lugares? Hay algunas denuncias que son recientes, y sí se conocen algunos centros de Cataluña o el País Vasco, pero nada en Aragón.

-Como dijimos en la presentación del informe, los casos que incluye son muy distintos. No incluimos nombres, ni de personas que han sufrido abusos ni de aquellas que los han cometido, ni tampoco lugares explícitos, aunque sí comunidades autónomas. Nuestra decisión, como entonces explicamos, obedece a varios criterios. En primer lugar, algunas víctimas han pedido explícitamente que no se den datos que puedan conducir a su identificación ni a la de su agresor. En segundo lugar, porque los casos juzgados son públicos. Algunos donde no ha habido juicio, pero sí repercusión mediática por la gravedad de los actos, también. Y, en tercer lugar, porque vincular a una persona con la realidad de los abusos daña irremediablemente y sin matiz ninguno su trayectoria, con independencia del tipo de situación de la que se esté hablando, y hay que entender que el abanico de conductas contempladas en el informe es enorme, incluyendo desde abusos verbales a físicos.

-¿Hay manera de restañar las heridas de las víctimas?

-Cada víctima es un caso diferente y no se puede generalizar. Pero desde la compañía y con la apertura de nuestro sistema de ‘entorno seguro’, queremos escuchar y tratar de ofrecer caminos hacia la verdad, la justicia, la sanación y la reparación de cada una de las víctimas. Hay heridas que no se pueden borrar, pero si en nuestra mano está el poder ayudar a que cicatricen, es lo que intentamos con la sensación de entrar en espacios muy difíciles y complicados de restaurar.

-¿Podrá recuperar la Iglesia parte del prestigio perdido con la aparición de tantos casos de pederastia, crear una barrera que separe el antes del 2021 del futuro?

-Creo que sí. A lo largo de la historia hay numerosas instituciones, la propia Iglesia incluida, que han tenido que reconocer pecados dolorosos que las han desprestigiado. Pedir perdón es el primer paso hacia esa recuperación y sanación de la Iglesia, que llegará, aunque todavía nos quede camino por recorrer. Quizá, en todo caso, pueda surgir una Iglesia más humilde.

-Dicen estar trabajando en la creación de un ‘protocolo de reparación’ en el que se compensará a las personas afectadas ‘caso por caso’ porque su objetivo es la compensación moral y el tratamiento en los casos necesarios. ¿Cómo se consigue eso?

-Tanto la justicia ordinaria como la canónica ofrecen vías para hacer luz y reparar jurídicamente todo lo dañado, sabiendo que los procesos no son siempre perfectos. Lo que vamos a hacer es un protocolo para casos prescritos. Allí donde pudo ocurrir y no hubo noticia o no se hizo caso y ya ha pasado tiempo, sería bueno poner una palabra que nos haga asumir la responsabilidad institucional, buscando la verdad, escuchando a las personas que lo sufrieron y tratando de reparar moralmente el daño. En general, va a ser difícil, pero lo vamos a intentar a quienes lo pidan.

-¿Y cómo se evita que esos casos vuelvan a suceder?

-Nuestra política de creación de ‘entornos seguros’ va encaminada a ello. Tratamos de poner todos los medios para prevención, concienciación y detección de posibles conductas de abuso. También hay formación de todas las personas que trabajan en nuestras instituciones. Deseamos, claro, que algo así jamás vuelva a ocurrir. Y que si, pese a todo, ocurriera, porque estamos hablando de conductas personales que se escapan a estructuras y medidas, tengamos todos los medios para reaccionar al instante. La implantación del sistema de entorno seguro nos está desvelando también casos de abusos en el seno de la sociedad y a los que hay que atender.

-Presentan algunos de sus colegios como ejemplos de innovación pedagógica que se alejan precisamente de esos conflictos. ¿Lo es también el de Zaragoza? ¿Tiene características específicas?

-Desde la pedagogía ignaciana que nace de la Ratio Studiorum del siglo XVI, hemos querido repensar la educación actual. Las demandas de la sociedad en comunicación, ciencia y tecnología, trabajo en equipo, dominio de lenguas… nos lleva a un escenario nuevo en el futuro en el que la preparación del pasado no es suficiente. Por eso, nuestra intención en la renovación, iniciada en colegios de Cataluña o desde Piquer en Madrid, y que ha llegado a otros colegios como El Salvador, es conocer el contexto concreto y desde esa experiencia de cada alumno o alumna tratar de ir a una reflexión más profunda de la realidad utilizando los medios a nuestro alcance que hagan a las personas activas en su proceso educativo y no meros receptores de información. Ojalá consigamos llegar a ofrecer una educación de calidad para estos tiempos nuevos.

-¿En qué sentido cree que debe ir la educación en un momento en el que mundo ha cambiado tanto debido a la globalización y la digitalización, sobre todo la manera en la que los niños perciben el mundo desde bien pequeños a través de cualquier dispositivo?

-La educación es la posibilidad para cambiar a personas y a sociedades. Nos gustaría que esa educación estuviera plenamente al servicio del bien común y a la diversidad de creencias e ideas que existen entre nosotros. La educación nos prepara para construir la sociedad del futuro y la clave está en qué corazón le damos, qué motivación y qué raíz ponemos en ella. No basta con medios tecnológicos, sino un modo de encontrarnos como personas en el aula, en el patio, en las actividades extraescolares que garanticen que la educación es integral. Precisamente el peso de lo digital nos puede ayudar a llegar más lejos, a ser más creativos y a imaginar un futuro más esperanzador, pero lo digital solo no da sentido, no estira al ser humano y no le lleva a buscar más allá de sí mismo, como vemos en tantos casos negativos. Por eso, la educación ha cambiado, pero ha de tener el aguijón de sacar lo mejor del ser humano, sus valores, sus posibilidades al servicio de la sociedad para el bien común.