Pilar Lou tiene 89 años. Hasta hace pocos meses era ella la que acudía como voluntaria a una residencia cercana a su casa para animar al resto de ancianos con sus canciones. Más de 60 letras tiene anotadas en un cuaderno con las tapas amarillas. Pero, tras una estancia hospitalaria por culpa de la hinchazón de sus piernas, su movilidad ha quedado más limitada. Ahora confía en el botón de la teleasistencia para seguir viviendo en su hogar. «Con Dios me acuesto y con Dios me levanto, siempre lo digo», reconoce.

Las asistentes sociales de Atenzia, la empresa que gestiona el servicio, acuden cada cierto tiempo a los hogares de las ancianas -las mujeres son la mayoría en el servicio- para comprobar que todo sigue con normalidad. Sobre todo en los días de más calor, cuando las personas mayores suelen olvidar la hidratación y tienen mayor riesgo de sufrir problemas de salud. «Si no fuera por el botón no podrían vivir solos», explica Inma Juste.

Tanto en las llamadas que hacen las propias usuarias como en las visitas domiciliarias se les recuerdan los consejos básicos. «Nos hablan mucho de su vida y de sus enfermedades», explica, ya que en muchos casos la soledad es el principal problema al que se enfrentan.

MUCHAS AFICIONES

Pilar mantiene relación con varias vecinas, que le suben la comida y se preocupan por su estado de salud. Además, es aficionada a la pintura y tiene la casa decorada con numerosos cuadros que ella misma ha realizado. «La televisión me aburre con las politiquerías», destaca. También escribe y hace broches de fieltro. Para hacer la compra recibe la visita de técnicos del ayuntamiento.

Los días de más calor intenta seguir los consejos que le ofrecen desde la teleasistencia. Pero no es la mayor de sus preocupaciones. «A estas alturas de la vida me ha tocado vivir tanto que aguanto bastante bien todo el año», dice.