Hace tiempo que el criminólogo Francisco Pérez Abellán viene poniendo en evidencia a los historiadores profesionales, incapaces, en su inmensa mayoría, de investigar los más graves hechos del pasado con un mínimo de seriedad y rigor.

La historia de España, en sus manos, no es sino una sarta de cuentos oficiales, versiones amañadas, especulaciones absurdas y teorías indemostrables. Para ejemplo, los cinco magnicidios que ensangrientan nuestra historia contemporánea como otros tantos misterios sin resolver.

Cinco presidentes de Gobierno españoles han caído bajo las balas de asesinos o sicarios: Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco. A esos cinco crímenes de Estado hay que añadir el intento de regicidio perpetrado por el anarquista Morral contra el rey Alfonso XIII, arrojando un potente explosivo al paso de su cortejo nupcial por la calle Mayor de Madrid.

Pérez Abellán, que ya había estudiado en profundidad el asesinato de Prim, a cuya momia sometió a una tomografía forense que arrojó sorprendentes resultados y novedades, demostrando que Prim, además de haber sido tiroteado en la calle del Turco, fue rematado, asfixiado, en su casa, por hombres del general Serrano, se vuelca ahora en la investigación de los restantes magnicidas en su nuevo libro El vicio español del magnicidio (Planeta).

En sus páginas, ilustradas por fotografías de las escenas de los crímenes y de algunos de sus autores, como Pardina (ejecutor de Canalejas) o Mateu (de Dato) Pérez Abellán nos va invitando a reparar en los elementos comunes de todas estas acciones de liquidación o limpieza política, siendo sus víctimas obstáculos para el ejercicio de los poderes en la sombra que siempre han gobernado nuestro país: hechos nunca realmente investigados; pruebas (autopsias, sumarios, testimonios...) han sido invariablemente manipuladas. Ministros de Gobernación y jefes policiales que se mostraron incapaces de evitar los atentados fueron invariablemente ascendidos, de Sagasta a Arias Navarro. Varios de los asesinos a sueldo fueron suicidados en prisión o volaron por los aires, como Argala, y nunca más, desde una instancia del poder, se volvió a analizar ni a investigar nada, dedicándose las cloacas del Estado, las mismas que tal vez habían urdido las conjuras, a ignorar, esconder o deshacerse de documentos y pruebas.

Un libro demoledor.