Llegó el primer contagio y pronto se convirtieron en protagonistas. En una guerra todo el mundo pone el foco en las trincheras, pero en una pandemia la ciudadanía enseguida miró hacia los hospitales. El sentimiento de reconocimiento y deuda se convirtió en aplausos, día tras día, desde los balcones y a las 20.00 horas. El resonar de las palmas, junto con el 'Resistiré', fueron la banda sonora que protagonizó los primeros meses de una lucha contra un enemigo desconocido. Un virus que rompió los esquemas de una sociedad poco acostumbrada a los traumas. Los soldados no llevaban uniformes verdes y metralletas, sino batas blancas y epis.

El miedo al colapso del sistema sanitario enseguida marcó el ritmo de las medidas que hubo que tomar y reforzar las plantillas de los hospitales se convirtió en una exigencia por parte de los profesionales sanitarios que, viendo lo que estaba ocurriendo en otras comunidades, temían que llegara el punto en el que tuvieran que elegir a quién tratar y a quién no.

Entonces se ampliaron los espacios y también se contrató a más sanitarios. Según los datos del departamento de Sanidad del Gobierno de Aragón, la realización de contratos suplementarios como consecuencia del covid a lo largo de todo este año equivale a la incorporación de 306 profesionales más en Primaria y el 061 y 1.220 más en Atención Especializada.

Además, para realizar las tareas de vigilancia epidemiológica se reforzaron las plantillas de Atención Primaria del Servicio Aragonés de Salud mediante la contratación de enfermeras y otros profesionales (trabajadores sociales, por ejemplo), con 183 personas más.

Todo para esquivar el colapso, aunque hubo otra cuestión que no se pudo evitar: los contagios. Esta semana había 412 trabajadores del Salud de baja (aunque no todos lo están por el coronavirus), mientras que a principio de febrero había 665 y en noviembre, el 9, había 895.

Desde que comenzó la pandemia, más de 5.300 trabajadores del sistema sanitario aragonés han dado positivo a un test covid de entre los 26.247 que son en total. Además, se les han realizado 105.250 pruebas diagnósticas.

En primera persona

Inma Molina Estrada y Fernando Torres son médica y enfermero, respectivamente, del servicio de urgencias de atención extrahospitalaria del 061. Durante los primeros meses de la pandemia, ambos fueron apartados de la asistencia directa para reforzar el centro de coordinación, que atendía las llamadas de los ciudadanos que sospechaban tener síntomas compatibles con el covid.

«La sensación siempre fue la de que el virus nos encorría. Durante todo este tiempo hemos intentado adelantarle pero nunca lo consigues. Siempre vas por detrás», explica Molina, que asegura que los primeros meses de marzo «fueron un sinvivir». Recuerda esta médica cuando el virus todavía estaba en China «y creíamos que aquí no iba a llegar». Luego fue Italia «y seguíamos pensando que aquí podíamos estar tranquilos». Hasta que todo estalló.

«Recuerdo el primer caso sospechoso de aquella chica que al final no fue covid. Pero sí que pensé: ‘buf, ya está aquí», rememora Torres, que también tiene grabado el primer traslado de un paciente con coronavirus que realizó. «Iba con la sensación de que me iba a llevar el bicho a casa», afirma. Si bien, ninguno de los dos se ha contagiado en todo este tiempo. «Es raro, porque en enero y febrero ya trasladamos pacientes con infecciones respiratorias que no sabíamos que eran covid y seguramente lo eran», dice Molina.

El tipo de llamadas que recibe el 061 también ha cambiado mucho con respecto a los primeros meses de la pandemia. «Entonces había mucha angustia. Ahora llaman y te preguntan por una sintomatología concreta, pero al principio nos llamaban por todo. Hasta para saber qué tenían que hacer cuando les llegaba un paquete de Amazon», relatan ambos. Si bien, hay algo que no ha cambiado: «sabemos cuándo van a subir los contagios porque los teléfonos empiezan a sonar sin parar. Ha pasado en las cuatro olas», dice él.

Tras el confinamiento domiciliario de primavera, los contagios cayeron en picado y todo hacía prever un verano tranquilo. «Entonces nos encontramos con enfermos de otras patologías muy descompensados que llevaban semanas sin ir al médico. Hasta que los casos comenzaron a subir y a subir y a subir. Y ya estábamos otra vez en las mismas», recuerda Molina. Y después de la ola estival, llegó la de octubre y la recién acabada de enero. «Yo no les llamo olas, es una marea continua. Lo peor de la pandemia no se quedó en marzo. Lidiar con 400 muertos diarios es complicado. Ha sido un año horroroso. Y ves que, hagas lo que hagas, todo el tiempo pasa lo mismo. La evolución de la enfermedad es esta y es cíclica, pero hay algo que estamos haciendo mal. Hay algo que se nos escapa. Pero hay que vivir con ello. Van a aparecer más enfermedades emergentes», asegura Molina.

Yolanda García, en el centro, el primer día de intubación por covid.

Fue el 17 de marzo del año pasado cuando Yolanda García, enfermera de la uci del hospital Royo Villanova de Zaragoza, tuvo que intubar a su primer paciente covid. «Yo ya había hecho muchas otras intubaciones antes pero esa era especial. No sabíamos cómo iba a responder el paciente y si nos íbamos a contagiar. Recuerdo que llevábamos las epis sin ninguna rendija. No queríamos dejar al descubierto ni un centímetro del cuerpo. Lo recuerdo como una situación de mucha presión», relata esta profesional.

A su primer paciente covid lo llevaron a una sala del hospital conocida como «el búnker». La habilitaron cuando la crisis del ébola y no la habían utilizado hasta entonces. «Cuando se empezó a hablar de esto y montamos la sala especial yo pensaba que sería como entonces con el ébola y que tampoco iba a ser para tanto», rememora esta enfermera. Falló en su pronóstico y la irrupción de covid convirtió al Royo Villanova en un hospital fantasma.

«Hoy seguimos con las ucis al límite pero al principio recuerdo que caminar por el hospital daba miedo. Todas las puertas estaban cerradas y no te cruzabas con nadie. Era una sensación horrible», dice.

Los primeros días fueron «caóticos» y los aplausos, aunque eran muy «emocionantes» no fueron suficientes. «Hubiéramos preferido que se hubieran convertido en responsabilidad individual. La sensación hoy es que no avanzamos y que, aunque conocemos más al virus, estamos como al principio», lamenta García.

Después de la primera ola, el sentimiento de optimismo y la «nueva normalidad» también llegaron al Royo Villanova. «Quitamos los plásticos de las unidades covid como si fuera una fiesta. Pensábamos que íbamos a seguir teniendo casos pero no lo que ha pasado después», cuenta. Ahora, están agotados: «En verano no sabíamos si íbamos a aguantar otra ola como la primera. Pero es que no ha sido solo una, van cuatro ya. Vivimos en una montaña rusa de sentimientos y estamos muy cansados», añade.

De su trabajo lo más frustrante es enfrentarse a pacientes con los que llegan a tener un vínculo emocional y que, a pesar de los esfuerzos constantes, no mejoran. «Es muy duro. Enfermería es quien está atendiendo 24 horas al día. Estamos a pie de cama. Y como son pacientes que pasan mucho tiempo ingresados los llegas a conocer, a ellos y a sus familias. Te esfuerzas mucho, pero no siempre tienen un buen final y sientes que tu trabajo no ha servido para nada. Es muy duro», explica.

A pesar de todo, esta enfermera trata de ser optimista: «Espero que estemos ya a mitad de camino. No sé cuándo se va acabar esto pero siempre pienso que ya queda un día menos».