Es muy consolador ver que Su Alteza Real doña Letizia, princesa de Asturias, se ha puesto al día en sus nuevas obligaciones profesionales. Confieso que un servidor de ustedes (republicano viejo, pero persona formal) tenía curiosidad por ver de qué forma habría de completarse la formación de una señora licenciada universitaria para que pudiera en su día acceder al cargo de jefa de Estado consorte. Ahora ya lo tengo claro: la periodista Letizia ha aprendido a esquiar en invierno, a presenciar regatas en verano, a saludar a los demás miembros de la realeza y a ser discreta (lo que en estos momentos supone evitar que durante su actual estancia en Mallorca la fotografíen en biquini). De momento ha cubierto con éxito dicho programa; lo cual que ya está: ya tenemos princesa.

Creo que lo más cansado del trajín principesco es deslizarse por las pistas nevadas. Se cogen unas agujetas de mucho cuidado, sobre todo los primeros días de la temporada. Y lo más complicado, eso de estar en el yate Bribón pero no poder quitarse la púdica camisola por si los paparazzi. ¡Luego pensarán algunos que ser de la familia real es una bicoca!

Ahora se entiende (definitivamente) por qué tantos personajillos de la vida nacional, del couché y del alcahueteo televisivo ponían pegas a las hipotéticas novias del príncipe de Asturias. Pues al fin y al cabo señoritas tituladas en las universidades públicas españolas (o incluso en las privadas del extranjero) hay muchas, y otras más que no tienen el certificado académico aunque a cambio son modelos, aristócratas o cualquier bagatela semejante. Pero lo de esquiar, salir al mar, actuar con discreción y adoptar una permanente pose púdica es harina de otro costal. Parece ser que ahí se mide la talla de una futura reina, y en tales asignaturas no caben errores, no hay segundas convocatorias.

Ya lo sabéis, niñas: estudiar un poquito, pero sobre todo no descuidéis los deportes blancos ni la navegación a vela. Nunca se sabe.