Sin escrúpulo alguno. Así actuaron tres comerciales de venta directa en domicilios de Zaragoza que estafaron más de 24.000 euros a una anciana que estaba incapacitada patrimonialmente, después de sufrir dos accidentes cerebrovasculares que le ocasionaron un deterioro cognitivo. Ahora esos tres hombres, Ó. S., J. C. y Ó. C. acaban de ser condenados a penas que van entre un año y nueve meses de prisión y los dos años de privación de libertad.

La cantidad estafada podría superar los 50.000 euros, si bien el titular del Juzgado de lo Penal número 2 de la capital aragonesa, Eduardo Marquina, reconoce que «puede existir la sospecha de que los acusados tuvieron algo que ver con dichas salidas de efectivo, pero que la misma no basta en el Derecho Penal español para condenar, por lo que tan solo se pueden incluir en la estafa los desplazamientos patrimoniales hechos por la víctima si están documentados o si han sido aceptados por los encausados». Eso a pesar de que el abogado de la acusación, Juan Carlos Urcola, presentó las llamadas telefónicas recibidas por la mujer que coincidían con dichos movimientos bancarios.

El magistrado destaca que Ó.S., J. O. y Ó. C. eran «plenamente sabedores» del estado de salud de la víctima porque ella misma se lo contó. Tanto Ó.S. como J. C. convencieron a la mujer «con palabras y otras artimañas» para que entre el 16 de abril y el 4 de junio del 2015 «comprara unos productos que ella no tenía utilidad o incluso desconocía su modo de funcionamiento y a precios desorbitados». Concretamente, un equipo de ósmosis inversa por precio de 2.000 euros y que en realidad valía 29,9 euros; unos imanes para móviles por 2.300 euros, cuando su coste es de 399 euros y una Biblia de lujo por 1.945 euros que, ni siquiera se la entregaron.

Entre ambos comerciales le defraudaron, según la sentencia, un total de 6.245 euros. Pero no fueron los únicos que timaron a la mujer, ya que Ó. C. hizo lo propio entre el 22 de enero y el 14 de mayo del 2015, aunque cambió el modus operandi. En su caso, la hizo partícipe de un negocio sobre reventa en subastas que nunca se llegaron a celebrar. Usando esta dinámica fraudulenta hizo que la anciana pagara 1.500 euros por un libro de El Quijote que fue tasado en 75,05 euros; abonó 5.200 euros por una edición de lujo de un libro sobre el culto a la Virgen cuyo valor era de 217,80 euros. No fueron los únicos objetos, ya que hizo lo mismo con un sillón de masaje, un facsímil edición limitada de Leonardo da Vinci y hasta un carrillón de pared.

El juez señala en la sentencia que en este caso no se da «que los acusados usaran la técnica típica de los comerciales de venta a domicilio, pues esta no tiene por qué ser delictiva si se usa con una persona con sus facultades cognoscitivas en adecuadas condiciones, de forma que puede decidir libremente si compra o no». En este caso, tal y como destaca el juez, la víctima «no podía manejar grandes cantidades de dinero, ni asumir conceptos tales como comprar para luego subastar y obtener así una ganancia, sufriendo distorsión cuando se trataba de bienes valiosos, de lujo o de grandes sumas dinerarias».

Influenciable

El magistrado se basa en el informe forense, quien aseguró durante el juicio que la víctima «era entonces y lo sigue siendo una persona influenciable y más fácilmente manipulable por su deterioro cognitivo, sobre todo cuanto más cercana sea la persona con ella».

Una descripción que considera el sentenciador «compatible» con el relato que ofreció la víctima y su hija. La mujer aseguró que Ó.S. y J. C. se presentaron diciendo que eran de la empresa Galería del Coleccionista, lo cual es falso, les dejó entrar para que se llevara unos libros comprados en su día por su esposo porque ella ya no leía. «Pese a no desear nada, los vendedores le traían cosas, le hacían firmar lo que le ponían y la llamaban muchísimo», destaca el juez Marquina.

La hija de la víctima se enteró del fraude cuando vio en las cuentas bancarias una serie de salidas de dinero cuantiosas que no se justificaban. Le preguntó a su madre y de entrada esta no entendía las cifras y los conceptos, si bien, tras mucho preguntarle, le habló «de unos chicos muy majos que iban a casa a venderle cosas y que participaba en subastas, pero que los muestrarios de dichas operaciones se los llevaban».