La basura se ha apoderado de las orillas del mar de Aragón. Allá donde los pescadores instalan sus campamentos, muy cerca del agua, proliferan las latas, botellas y envases vacíos, así como los restos de comida y los excrementos.

No todos los aficionados a la pesca dejan rastro en el embalse. Generalmente, el pescador que más ensucia es el mismo que se dedica al expolio de su riqueza piscícola, el que monta una tienda de lona en la orilla y, utilizando artes de pesca prohibidas, trata de capturar el mayor número posible de presas en un tiempo récord.

A veces la basura flota en la superficie del embalse, como es el caso de las boyas de los cebaderos o las latas de aceite de las embarcaciones utilizadas para navegar en busca de bancos de peces.

"En ocasiones encontramos hasta restos de grandes peces semienterrados en la tierra de la orilla, con un nauseabundo olor a podrido", explica José Martín, de la Sociedad Deportiva de Pesca de Caspe.

"Hay pescadores que extraen la carne del pescado aquí mismo y abandonan las sobras en cualquier sitio", lamenta.

"La situación es preocupante", comenta Luisa Serra. "A finales de agosto varias asociaciones de pescadores deportivos tuvimos que organizar una recogida de residuos porque se acercaba un campeonato de pesca y nos daba vergüenza que los participantes pudieran ver los montones de latas y botellas que aparecen por todas partes", apunta.

BARCAS PRECARIAS

Las acampadas ilegales están siempre detrás de este problema. Pese a que está prohibido pescar de noche, los furtivos aprovechan todas las horas disponibles y todos los tramos de orilla donde puede plantarse una tienda. "Los fines de semana se ve una hilera de luces continua, las orillas parecen un cámping", explica Serra.

Muchos de los furtivos pescan desde la orilla, con más cañas de las permitidas, pero otros se aventuran en las aguas del pantano en precarias embarcaciones que a menudo ni siquiera están matriculadas.

Gracias a ellas, los pescadores ilegales llegan a puntos inaccesibles por carretera o camino, que son muy abundantes en un embalse con una superficie de más de 7.000 hectáreas, con islas y numerosos meandros. De esta forma, además, el reguero de la suciedad se extienden a los rincones más apartados y los furtivos eluden con más facilidad el control de la Guardia Civil.