Dijo Lambán que 2017 iba a ser el año de la agroalimentación en Aragón. Y subrayó Olona que habría presupuesto para difundir las virtudes de nuestros alimentos. Se ha cumplido de largo medio año y apenas sabemos del proyecto de Guissona, que va para largo, y poca promoción estamos apreciando, al menos aquí.

Así, un año más, vamos a perder la oportunidad de dar a conocer nuestros productos a lo largo del verano, cuando miles de turistas se acercan a nuestra tierra y se muestran más receptivos a la hora de descubrir nuevos sabores.

Ciertamente, resulta difícil y oneroso dar a conocer al resto del país las virtudes del Ternasco de Aragón, la borraja, los vinos, la cebolla Fuentes de Ebro, ahora en plenitud, el jamón de Teruel, la propia trufa de verano, la trucha del Cinca, etc. Aunque otras comunidades, como Castilla y León -véase Tierra de sabor- lo están logrando de forma eficaz, gracias a una estrategia a largo plazo.

El turismo logra que sean muchos quienes se acerquen y siguen comiendo tres veces al día. Hay quien no pasa del bocadillo -¿de longaniza, por ejemplo?- y también quienes recurren a franquicias o al consabido bistec con patatas. Pero son muchos quienes llegan dispuestos a dejarse seducir por otros sabores, a los que nunca accederían desde su lugar de origen.

Sería interesante vincular este turismo con nuestra agroalimentación de manera eficaz. Y si ya no se llega al verano, sí se podría ir trabajando para las fiestas del Pilar, la próxima temporada de nieve o la Semana Santa. Pues el turista, incluso sin buscarlo, suele caer seducido por las cocinas ajenas, siempre que sean sinceras e interesantes, cual es el caso.

Aunque, obviamente, no toda la carga de la culpa recae en la Administración. Son los propios productores quienes han de promocionarse por diferentes vías. Eventos como la fiesta de la longaniza de Graus o el festival Vino Somontano, pero también las promociones cercanas, que habrán de prolongarse en los lugares de origen del viajero.