La expansión del coronavirus ha golpeado tanto las zonas rurales como las urbanas de Aragón. En el caso de los pueblos, la escasez de sus recursos hace que en estos momentos necesiten más ayuda externa. Es en este contexto es en el que instituciones como la Federación de Municipios, Comarcas y Provincias (FAMCP) de Aragón desempeñan un papel de primer orden.

«Nuestro principal objetivo en esta crisis sanitaria es servir de cadena de transmisión entre el Estado, las comunidades autónomas y las entidades locales», explica Luis Zubieta, presidente de la FAMCP y alcalde de Zuera. «Hacemos una importante labor de asesoramiento a los ayuntamientos, partiendo de la base de que nos encontramos en un situación totalmente nueva, lo que genera muchas dudas en los cargos municipales y comarcales y en todos los niveles de la Administración», añade. Eso significa que se presentan situaciones inéditas a las que no se puede responder con los recursos habituales. No hay protocolos rodados y por ello hay que examinar cada caso para decidir cómo se actúa.

Zubieta subraya que la actividad en el mundo rural ha sufrido «un parón». Pero que, a pesar de ello, mal que bien, los ayuntamientos siguen cumpliendo sus funciones con unas plantillas reducidas y recurriendo a sistemas telemáticos para que la cumplimentación de las tareas administrativas urgentes no se detenga en perjuicio de los residentes.

«En Zuera, el ayuntamiento ha pasado estos días de 160 a 19 empleados», señala Zubieta, que indica que el resto sigue llevando a cabo su cometido mediante el teletrabajo. Gracias a esta reorganización, que ha afectado a todos los municipios aragoneses, los servicios básicos siguen prestándose en las zonas rurales, de tal forma que lo esencial, como es la limpieza de los espacios comunes y la prestación de los servicios sociales, se siguen desarrollando sin más contratiempos que la aplicación de las normas de protección ante la pandemia.

«Las residencias de personas mayores están bien atendidas y se lleva a cabo una exhaustiva tarea de desinfección», precisa el presidente de la federación aragonesa. Esos hogares de jubilados se han multiplicado desde que empezó el siglo en el entorno de la capital aragonesa y constituyen ahora, quizá, el principal foco de atención debido a que los ancianos son el colectivo más afectado por el coronavirus y también el más indefenso ante la enfermedad por el deterioro del sistema inmunológico.

Lo que sí se ha parado por completo es el transporte, recalca Zubieta. «No se mueve nadie de sus casas, no hay apenas movilidad, por lo que la reducción de las frecuencias de los medios de transporte y la supresión de determinados trayectos de trenes y autobuses apenas tiene incidencia en la vida cotidiana de los vecinos», dice.

Y como ejemplo pone que el Consorcio de Transporte del Área de Zaragoza, del que depende Zuera y toda la periferia de la capital aragonesa, ha reducido su actividad en un 50% debido a la progresión de la pandemia. Zubieta destaca que en los pueblos y pequeñas ciudades de Aragón los vecinos se comportan «de forma ejemplar». «En todas partes hay grupos de voluntarios que se organizan para ayudar a los que, por su edad u otras circunstancias, no pueden salir de casa», comenta.

A veces son amas de casa que hacen mascarillas y otras empresarios que, como los de la comarca del Aranda, han reconvertido temporalmente sus fábricas de productos relacionados con el calzado para elaborar equipos de protección frente al virus. También hay personas que, de forma desinteresada, se encargan de hacer la compra para quienes no pueden abandonar sus hogares.

«Está resultando una situación nueva y dura de sobrellevar», dice Zubieta, que se refiere especialmente al hecho de que los entierros se lleven a cabo en una casi total soledad para evitar el contagio de la enfermedad. En los pueblos, donde la cercanía entre las personas es más acentuada que en las ciudades, la prohibición de asistir a los sepelios se vive como un hecho que añade más dureza, si cabe, al aislamiento forzoso en las casas. Otra pieza fundamental son las policías locales, en las localidades aragonesas donde este cuerpo está implantado. «Sus plantillas están al cien por cien en todas partes», asegura el alcalde de Zuera. Y donde no hay un cuerpo policial, es decir, en la inmensa mayoría de los 731 municipios de la comunidad, se recurre a la antigua y práctica figura del alguacil, una especie de hombre para todo que a veces se basta y se sobra para salir de un apuro o resolver un problema local.

Por otro lado, una de las funciones fundamentales de la FAMCP es el contacto permanente con el Centro de Coordinación Cooperativa (Cecop) y con los máximos responsables de los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad y las distintas subdelegaciones del Gobierno central en las provincias. «Con el Cecop hay una comunicación fluida y permanente», asegura Zubieta.

EL PAPEL FUNDAMENTAL DE LOS ALGUACILES

La crisis sanitaria que vive Aragón ha reforzado el sentimiento comunitario de las pequeñas poblaciones. En estas, los alguaciles se han revelado todavía más necesarios en tiempos atribulados. En el municipio de Beceite, en la comarca turolense del Matarraña, hay cinco o seis alguaciles. «Son ellos los que se encargan de ir a hacer la compran de las personas mayores», explica un vecino. Los comercios, ya sean colmados, carnicerías o panaderías, «siguen abiertos», de forma que no es necesario baja a Alcañiz para conseguir comida.