El PP aragonés, muy propio y muy flamenco, reclama que el AVE pase por Teruel, que se desdoble la N-232, que se acelere la construcción de la autovía Mudéjar y que la Administración central pague a tocateja la deuda que dejó el traspaso de la Sanidad. O sea, todo lo que el Gobierno Aznar le negó a Aragón no una sino mil veces. El giro de Alcalde, Lanzuela y el resto de la cofradía ha sido tan rápido y drástico que hasta los más viejos del lugar nos hemos quedado perplejos. Son muchos los que consideran este quiebro un ejercicio de cinismo. Pero yo, fíjense ustedes, lo capto como una prueba definitiva de ingenuidad política.

La derecha española y la aragonesa, que es su expresión más fiel, son así: candorosas. Les quitas el anquilosamiento ideológico, su querencia por el desarrollo insostenible, el ramalazo cuartelero de sus líderes más carimásticos... ¿Y qué queda? Pues una ingenuidad rayana en la bobería. No es que tengan mala intención, es que son unos primaveras. Lo son tanto que están convencidos de que los demás, el pueblo soberano, la ciudadanía electoral, también lo somos. Por eso, como los suyos ya no gobiernan España, se han puesto bravos con Madrid y reclaman a los socialistas que cumplan con Aragón, pero ya. Gente más aviesa se hubiese tomado más tiempo y actuado con mayor disimulo a la hora de mudar conceptos y mensajes; no es el caso.

En Teruel, que es donde más nos duelen las infraestructuras, el personal se ha quedado estupefacto. La gente se ha tomado la espantá del PP a coña marinera mientras mira de reojo a los sociatas, a ver si se mojan o se quedan a verlas venir. Contemplar a Lanzuela y sus cuates pasar del "Presidente, aquí estamos: utilízanos" a la reivindicación pura y dura e incluso a la confrontación con el nuevo Gobierno central es en verdad un espectáculo desconcertante, alucinante o hilarante (según prefieran). Pero no, no es que nos estén tomando el pelo; es que son así de majicos.