Cuando anteanoche, en la tele pública, el ínclito Carod Rovira le preguntó con sorna al inefable Ibarra si creía que el franquismo había potenciado más a Cataluña que a Extremadura y cuando el presidente de las dehesas le contestó que sí, por supuesto, y el catalán puso cara de alucinado... cuando todo esto sucedió ante los telespectadores de las Españas, tomó forma, por enésima vez, uno de esos lugares comunes que tanto hacen chirrirar hoy en día las relaciones entre la España interior y la periférica, pues en ésta se piensa que los cuarenta años de dictadura corrieron en contra suya y a favor de la estepa, lo cual, como dijo el extremeño, dista de ser verdad. Y tanto.

La cosa va más allá porque en Extremadura o Aragón (que el nuestro fue un caso aún más notorio) los grupos sociales que encarnaban al bando victorioso en la Guerra Civil renunciaron voluntariamente a toda retribución que no fuese enseñorearse del paisaje ensangrentado para anclar allí su vocación caciquil. Mientras en Cataluña, en el País Vasco, en Asturias o en Valencia los franquistas locales hacían planes para recuperar la actividad económica, la producción industrial, los negocios y la pasta, en las regiones de adentro las gentes de orden se contentaban con tener mando en plaza y poner sobre la mesa de sus despachos fotos suyas en alguna audiencia en el Pardo (gracias a lo cual se hizo rico el fotógrafo oficial de Franco). De entonces data el sometimiento de la España interior a Madrid ; ese vasallaje que (metidos ya en democracia) el presidente extremeño ha dado por roto desde su tierra, pero que en Aragón está costando Dios y ayuda superar.

A las pruebas me remito: Solbes dijo el otro día que a Aragón no le va a meter ni un euro extra, y conseguir un trato decente en los presupuestos Generales del Estado ha requerido una vez más ímprobos esfuerzos. Menos mal que doña Maria Teresa, la vice , va a darnos mañana una buena palmadita... si hay Expo.