"Yo tengo sangre serbia, croata, alemana y rusa". Es la carta de presentación de Neboysa Rubcic, que salió de Sarajevo hace 23 años para no volver, aunque entonces no lo sabía. "Me fui de la ciudad con mi mujer y mi hija de siete años y tuvimos suerte, porque pudimos coger uno de los últimos vuelos comerciales que salieron a Belgrado. Pensamos que aquello solo duraría dos meses". Pero el sitio de Sarajevo se prolongó varios años y Neboysa no volvió a ver a su madre con vida.

Así comenzó su historia de éxodo, que le acabó llevando hasta la ciudad de Calatayud dentro del contingente de ochenta refugiados que llegaron al aeropuerto de Barajas en 1993. "Todo estaba muy bien organizado pero nos costó un par de meses adaptarnos", reconoce Rubcic. "Todo el pueblo se inclinó hacia nosotros y en ningún momento sentimos rechazo", agradece el en su día refugiado.

Adaptación

Aún así, no fue fácil adaptarse a la vida que empieza tras escapar de una guerra. "Al principio no entendíamos ni sabíamos decir nada, y también hubo las típicas faltas de entendimiento por la diferencia de culturas". Los problemas del día a día entonces se sumaban al hecho de ser conscientes de que su país continuaba en guerra y de que no recuperarían las condiciones laborales ni las propiedades que tenían allí.

"En Sarajevo era directivo de empresa y en Calatayud empecé a trabajar como obrero en una fábrica de ladrillos", compara. Sabe que la guerra truncó su carrera profesional, pero también que posiblemente salvó la vida al dejar Sarajevo, donde según recuerda, "amigos míos llegaron a actuar como si no me conocieran".

"Una vez que se pierde la confianza es muy difícil recuperarla", afirma, como una de las razones que le impidieron volver a Bosnia, junto con el hecho de que no compartía ninguno de los nacionalismos que encarnizaron la guerra. "Pasé los primeros cinco años en Calatayud y, hasta ahora, he estado a medio camino entre Almería y Bosnia, trabajando como intérpretre para el Ministerio de Defensa", relata este serbocroata que ahora encara la jubilación mientras revive en parte su historia a través de las de los miles de refugiados sirios que llaman a las fronteras de Europa.

"Hay que tener en cuenta que son gente desesperada: solo buscan huir de la guerra", expresó. Rubcic incidió en la importancia de conocer la historia del país para poder hacer la llegada lo más confortable a quienes salen del conflicto. "Es importante considerar que son honrados, eso facilitará mucho la relación y ellos se sentirán mejor", recomienda. En su caso, el bosnio afirma que no sintió rechazo en ningún momento durante su estancia en Aragón, aunque en Almería, "todavía noto algunos comentarios por mi condición de extranjero".

Aunque su tránsito en búsqueda de protección por la guerra no fue tan largo como el que están sufriendo los exiliados sirios, la crisis actual le hace revivir la situación de provisionalidad e incertidumbre que le acompañó hasta poder llegar a España, junto a otros muchos exiliados por el conflicto de los Balcanes.

"El mecanismo de la Unión Europea es demasiado gigante y no muestra la flexibilidad necesaria para dar una respuesta digna", manifestó. "Cada país aplica la máxima de cuanto menos, mejor, y olvidan que están hablando de vidas humanas". Con este mensaje, Neboysa Rubcic pasó esta semana por Zaragoza. Quiere que su testimonio sirva para transformar los números en historias de vida y superar los miedos tanto de los que llegan como de los que acogen.