En la convulsa época del medievo hispano, la ciudad de Córdoba, capital del emirato musulmán independiente regido por los omeyas, alcanzó un gran florecimiento cultural por lo que llegó a definirse como «la capital intelectual del mundo», en gran medida ante el impulso del visir judío Hasday ben Isaac Ibn Shaprut. No obstante, el esplendor de Córdoba se apagó tras la muerte de Almanzor y las revueltas internas que pusieron fin al califato dando lugar a que éste se fragmentase en multitud de reinos de taifas independientes.

Tras el final del califato, se sucedió un período de inestabilidad política y, con ella, la situación para la minoría judía en Al-Andalus se hizo peligrosa, razón por la cual muchos de ellos abandonaron Córdoba. Este fue el caso de Yehuda Ibn Gabirol el cual se refugió en Málaga y allí nació su hijo Shlomo en el año 1021. No obstante, poco tiempo después se trasladó a la taifa de Zaragoza, lugar de refugio para muchos judíos que huían del fanatismo islamista, hecho que destacaba el profesor Millás Vallicrosa al señalar que, «si todos aquellos reyezuelos de taifas se esforzaron en emular a los califas cordobeses en el fausto de la corte y en la protección dispensada a los sabios y literatos, quizás ninguno de ellos eclipsó en este respecto a la corte de Zaragoza, donde la hábil política de Mundir I aseguró para su reino bellos días de paz, y Zaragoza se hizo una gran ciudad que eclipsaba a la decadente y asolada Córdoba». Es por ello que Zaragoza se convirtió, en aquellos años, en la más importante de las taifas que sustituyeron al antiguo esplendor de la Córdoba califal.

Diálogo judeo-cristiano

Diálogo judeo-cristianoDe este modo, en opinión de Sor Mary Testemalle, religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de Sión, orden dedicada al diálogo judeo-cristiano, en Saraqusta, la Zaragoza musulmana del siglo XI, fue todo un ejemplo de tolerancia, pues en ella hallaron refugio filólogos, poetas, talmudistas y filósofos judíos huidos de Córdoba, Málaga y Granada, y en donde «reanudaron los estudios, traducciones y comentarios que tanto brillo habían proporcionado a las escuelas de Córdoba», un lugar donde, además, los judíos a ella llegados, «pudieron gozar de la posibilidad de vivir en paz su fe religiosa».

En aquella Saraqusta musulmana, tolerante y culta, se formó Ibn Gabirol en la importante escuela rabínica que allí existía y en esta ciudad fue donde vivirá los años más fecundos de su actividad creativa, en donde maravilló por sus dotes poéticas, razón por la cual Bahya Ibn Paquda alude a él como «otro gran hijo de Zaragoza». No obstante, en torno a los 25 años abandonó la ciudad tras los tumultos ocurridos que supusieron el asesinato de Mundir II y el fin de la dinastía de los tuyibíes. Por entonces, Ibn Gabirol ya gozaba de gran fama en el mundo literario musulmán y judío. Según Moshe Ibn Ezra, que pertenecía a la generación posterior a Ibn Gabirol, refiriéndose a éste, señalaba que, «todos los ojos inteligentes estaban vueltos hacia él y aún los envidiosos le señalaban con gestos de admiración». Fue entonces cuando emprendió una serie de viajes que le llevaron a residir un tiempo en Granada, pretendió trasladarse a la Tierra de Israel, y, aunque se conoce escasamente este último período de su vida, parece ser que murió en Valencia hacia 1058 con apenas 30 años de edad.

Poeta, filósofo, científico y moralista

La figura y la importancia de Ibn Gabirol ha sido ampliamente ensalzada por su profundo legado. Así, la citada Sor Mary Testemalle dice de él que «fue una de las mayores glorias del judaísmo español y esta gloria se debe en parte a los maestros geniales que encontró en la capital de Aragón, que supieron desarrollar sus dones excepcionales». Por su parte, David Maeso lo define como «altísimo poeta, extraordinario filósofo, insigne científico, místico y moralista», mientras que Heine dijo que Ibn Gabirol fue «poeta entre los filósofos y filósofo entre los poetas» y, Menéndez Pelayo lo llegó a comparar con Dante y Milton «por la elevación de sus pensamientos, la belleza de las imágenes y la elegancia del estilo». Por todo lo dicho, Ibn Gabirol simboliza el esplendor de la cultura judeo-española de la primera mitad del siglo XI y su influencia se extendió hasta la escolástica de santo Tomás de Aquino y también hasta el pensamiento de Abraham Abulafia, cabalista judío nacido en Zaragoza.

Entre las obras de Ibn Gabirol, todas ellas escritas en lengua árabe, el idioma culto de la época, son destacables sus poesías religiosas recogidas en Corona del reino, una síntesis entre las creencias tradicionales judías y la filosofía neoplatónica, cuyos versículos todavía se cantan en la liturgia sefardita; las máximas morales de su Selección de perlas y, sobre todo, La Fuente de la Vida, una obra de profundo contenido filosófico, cuya importancia destacaba la filóloga Natalia Muñoz Molina y que en opinión del medievalista Luis Suárez Fernández, desempeñó un papel esencial en la historia de Europa. Uno de los aspectos más destacables de La Fuente de la Vida es que, con ella, Ibn Gabirol pretendió crear una filosofía universal que, por encima de las diferencias religiosas, pudiera reunir a toda la humanidad en torno a la verdad ya que pensaba que, si la religión había llegado a ser un signo de división, la filosofía podía ser el instrumento para lograr la unidad perdida. Para buscar el acercamiento entre las tres religiones monoteístas, en aquellos tiempos tan convulsos como violentos, la filosofía de Ibn Gabirol se hizo impersonal, aconfesional, dado su convencimiento de que todos los pueblos adoran bajo diversos nombres al mismo Dios.

Entrada triunfal

Pero Ibn Gabirol no lograría su proyecto de unidad interreligiosa ya que La Fuente de la Vida trascendió durante poco tiempo en la filosofía judía o árabe en España. No obstante, en el sigloXII la Escuela de Traductores de Toledo tradujo La Fuente de la Vida al latín y, así, Ibn Gabirol, razón por la cual se dijo de él que «hizo su entrada triunfal entre los cristianos occidentales», aunque ello fuera a costa de su nombre ya que pasó a ser conocido como Avicebrón, como así lo llamaron los escolásticos creyendo que era cristiano, y no fue hasta el año 1846 en que Salomon Munk dio a conocer la identidad judía de Ibn Gabirol.

No obstante, sorprende la falta de conocimiento generalizado sobre la vida y la obra de Ibn Gabirol, de su legado poético y filosófico, en España y también en Aragón. Por ello, ahora que se cumple el milenio de su nacimiento, es el momento oportuno para reivindicar su figura más allá de ser judío, dada la transcendencia universal de su poesía y filosofía y un primer paso sería incluir su estudio en los diversos currículos educativos. Además, diversas actividades culturales recordarán a Ibn Gabirol en todas aquellas ciudades vinculadas con su trayectoria vital como fueron Córdoba, Málaga, Granada, Valencia, y, también debería de serlo Zaragoza, dado que sería el momento idóneo para dar a conocer la importancia y transcendencia de la figura de Ibn Gabirol y, por extensión, del legado cultural sefardí.

Tal vez, ahora que se cumple el milenario del nacimiento de Ibn Gabirol, bien merece un recuerdo, máxime en su Zaragoza de adopción y, en estos tiempos inciertos que nos está tocando vivir, tiempos en que, como en la Zaragoza musulmana del siglo XI en la que vivió Ibn Gabirol, resulta más necesario que nunca destacar el valor de la tolerancia y de la multiculturalidad, de la cultura de la paz y el respeto a la diversidad en definitiva, pues, como decía Ibn Gabirol en una de sus máximas, «la paciencia cosecha la paz y la prisa, la pierde».