El confinamiento obligado de una parte de la sociedad tiene un efecto colateral positivo, pues se está produciendo una reducción de las emisiones contaminantes, sobre todo debido a la bajada del tráfico rodado y al cierre de determinadas industrias. Y aunque todavía es pronto para que estos cambios se noten en los indicadores de forma irrefutable, a través de la herramienta para analizar la contaminación del aire del Ayuntamiento de Zaragoza ya se observa como aparecen reflejadas las curvas descendentes que miden las partículas en suspensión o el óxido de nitrógeno procedente de la combustión.

Desde Greenpeace manifiestan que las circunstancias excepcionales en las que ha inmerso al mundo la crisis del covid-19 pueden servir de aprendizaje para reducir las miles de muertes que la mala calidad del aire provoca cada año. «Es evidente que bastan unos días sin tráfico para despejar la atmósfera, de una situación tan difícil como la que estamos viviendo deberíamos extraer una lección: no deberíamos vacilar a la hora de tomar medidas contundentes siempre que se ponga en riesgo la salud de las personas», destacó el responsable de la campaña de movilidad, Adrián Fernández.

MEDIDAS DRÁSTICAS

Los datos indican que desde que el martes 10 de marzo comenzaran las primeras medidas de contención, como el teletrabajo o la suspensión de clases, los niveles de dióxido de nitrógeno en Zaragoza han mostrado una tendencia a la baja. Una reducción que se hizo patente a partir de la aplicación del estado de alarma el sábado 14, medida que limitaba drásticamente el uso del vehículo particular.

Desde entonces las lecturas se han mantenido siempre por debajo de los 30 mcg/m3, lejos del umbral que marca la legislación europea. Y eso que, tomando como referencia la estación de control situada en la zona centro de la ciudad, desde el comienzo de año en al menos una decena de jornadas se superó esa marca, llegando a alcalnzar los 50.6 ug/m3 el 17 de enero. En la capital aragonesa la reducción del tráfico se estima en un 43%, un porcentaje algo inferior a la media estatal.

AL MÍNIMO

Además, este descenso de la población en las ciudades ha propiciado la vuelta de la fauna a muchas zonas de ribera y parques de la ciudades, aprovechando una reducción sin precedentes de la «presión humana» que las había confinado los horarios nocturnos. Estos días, las pocas personas que salen a a las calles por motivos laborales o a pasear perros han descubierto como los patos se adentran hasta zonas habitualmente vedadas y como los erizos o algunas jinetas pasean tranquilamente por los carriles bici.

De forma paralela, la contaminación acústica producida por el tráfico rodado se ha reducido al mínimo. Esto permite que desde los balcones se puedan escuchar cantos de aves que normalmente prefieren pasar las jornadas en los alrededores de las ciudades.

El responsable de SEO/BirdLife en la comunidad, Luis Tirado, señala en todo caso que estos cambios solo están produciendo efectos «puntuales» y que el gran problema para el medio ambiente en la comunidad está en los procesos urbanísticos profundos que destruyen los hábitats naturales y los usos del suelo, como puedan ser las urbanizaciones de las afueras, o le proceso de expansión de regadíos.

De cara a la reducción de los impactos sonoros, desde las agrupaciones ecologistas recuerdan que ya existe una ley de ruidos que marca la necesidad de limitar las emisiones, no solo para evitar molestias vecinales. «La norma es muy poco permisiva, pero no se lleva acabo», lamenta Tirado. Y descaca que los efectos positivos de una reducción del ruido también incide de forma directa en la salud, por la reducción de los niveles de estrés. Por ello reclaman aprender de las lecciones de esta crisis y apostar en el futuro por asfaltos que generen menos emisiones sonora y también por limitaciones de velocidad o del transporte privado más severas.