Una mole de piedra de veinticinco metros recibe al visitante de Navardún. Una torre vigía que domina toda la panorámica del valle de Onsella. Una referencia estable en un terreno de frontera con Navarra marcado por la inestabilidad de este territorio en los largos años de la Reconquista.

A pesar de su inexpugnable imagen, no parece que el castillo tuviera la finalidad defensiva como único cometido, sino que durante muchos años fue una confortable vivienda, pues se sabe que fue residencia temporal de los obispos de Pamplona. "En su origen sirvió como refugio para uno de los religiosos tras un conflicto del mitrado con los reyes de Navarra y posteriormente mantuvo esta función", explica el investigador y autor del libro Navardún y la Valdonsella, Carlos Ripalda.

Desde entonces los sucesivos obispos utilizaron esta torre como residencia (aunque solo para el retiro espiritual una vez recuperada su plaza en Pamplona). Hasta el punto de que cuando los Borgia llegaron al papado una de sus primeras medidas fue reclamar a los reyes de Aragón sus posesiones (terrenos y residencia) en Navardún, indica Ripalda.

El origen del municipio de Navardún y su imponente torreón se remonta a finales del siglo IX aunque la construcción del primer castillo no parece que se realizara hasta finales del XII. Las características formales del edificio actual lo sitúan en el siglo XIV. "El castillo empezó a ser abandonado a mediados del 1500 a causa de las disputas territoriales entre Pamplona y Aragón por el control de la diócesis", resume el investigador. La fortificación sigue la tipología de torre exenta con recinto de defensa. Existen escasos ejemplos en España de este modelo, que tiene un origen franco británico. A pesar de ser un ejemplo tardío mantiene las características propias de estas atalayas, como la planta rectangular. Construida en piedra sillar, se levanta soberbia sobre una terreno de mallacán (un depósito endurecido de carbonato de calcio) y se ha ganado a pulso ser considerada una de las torres más impresionantes de Aragón.

Con la excavación y restauración integral realizada en 2004 gracias a la intervención urgente de la Diputación Provincial de Zaragoza, que es su propietaria tras la compra efectuada en 1986, se procuró devolver al castillo su aspecto original y habilitarlo para funciones culturales, con el centro de interpretación Navarra y Aragón. Reinos de Frontera. "Es un museo que se centra en las relaciones históricas entre ambos territorios, más que sobre la memoria de la historia local", precisa el erudito.

Situación privilegiada

En el interior (que se puede visitar libremente, previa petición), con gran rigor histórico se pueden conocer los vestigios arquitectónicos que han dejado los distintos enfrentamientos fronterizos entre los dos reinos, especialmente en forma de castillos y torres defensivas.

Pero este no es el único referente artístico de Navardún, una villa que pese a su poca población permite situarse en el corazón turístico del valle de Onsella. "En los alrededores se pueden conocer el resto de fortalezas y ermitas que se evocan en la muestra como las de Sangüesa, Javier, Petilla de Aragón o Roita", asegura Ripalda.

Esta privilegiada situación, entre dos comunidades, hacen que Navardún reciba mucho turismo itinerante, especialmente concentrado en los fines de semana. En su término municipal se encuentra la iglesia de la Asunción, románica en su origen y reformada en el siglo XVI. "Se recuperó su esencia original en los años sesenta, en una agresiva restauración que en su época tuvo mucha polémica", reconoce Ripalda.

En el interior del templo se guardan retablos del siglo XVII, excepto el dedicado al Santo Cristo, que pertenece al siglo XVI. "Merece la pena conocer su interior, porque además guarda una pila bautismal muy curiosa y de gran valor", indica el investigador. Su visita se puede hacer de forma conjunta al torreón. En sus proximidades, para todos aquellos que quieran caminar por la historia, se localizan los yacimientos de Campo de Saso, Cantera de los Almendros, las Saleras, la Tejería, los Villares y los Olivares. Todos ellos atribuidos a la ya lejana presencia celta y romana. El legado de Navardún viene de lejos.