No se había visto cosa igual en la vida. Ni siquiera cuando las movilizaciones contra el trasvase. Veinticinco mil zaragozanos han presentado alegaciones contra el Impuesto por Contaminación de las Aguas (ICA). Muchos se han negado a pagarlo. Y el rechazo sigue ganando terreno y poniendo en pie a la gente. No me extraña que en el Pignatelli estén preocupados, porque aquí no se trata solo de que el vecindario se eche a la calle una tarde, proteste, se desahogue... y luego vuelva a casa y trague. No. Ahora miles de personas han seguido las directrices de diversas organizaciones sociales y están declarándose en rebeldía efectiva. De ahí que Lambán haya accedido a modificar algunos aspectos del impuesto para hacerlo más llevadero.

Como se ha dicho una y mil veces, el problema que plantea el ICA no tiene solo que ver con la aportación de Zaragoza a la depuración del agua en toda la comunidad. Tal aportación será necesaria en cualquier caso, porque si no cientos de localidades no podrían mantener su propio saneamiento. Pero aquí no se está hablando de solidaridad, sino de tapar un agujero descomunal dejado por quienes programaron hace años un Plan de Saneamiento hecho a la medida de las empresas privadas que debían construir las depuradoras y luego gestionarlas. Aquel demencial plan sobredimensionó las infraestructuras, optó por las alternativas técnicas más absurdas... y caras, desvió fondos europeos, no cumplió su propio cronograma... Fue, en suma, una chapuza interesada, una mentira sobrecogedora, un despilfarro inaceptable. Semejante desastre no ha sido investigado, no se ha señalado a sus responsables (que deberían tener nombres y apellidos porque aquello lo hizo un equipo y un gobierno determinados), y por lo tanto se ha quedado en un limbo político y jurídico mientras se obliga a los contribuyentes a pagar la broma sin rechistar. ¡Cómo no se va a rebotar el personal!

Porque tampoco la depuración en Zaragoza fue trigo limpio. Ni mucho menos. La construcción de la depuradora de La Cartuja estuvo salpicada de escándalos y costó el doble o el triple de lo que hubiese sido lógico. Así que los vecinos de la capital pecharon con aquel roto y también lo pagaron de su bolsillo. ¡Qué cosa más normal que ahora se nieguen a zurcir a sus espensas otro escandaloso descosido!

La bendita Tierra Noble es un lugar muy pacífico, repleto de ingenuidad y desmovilización social, muy... atontado. Pero de vez en cuando aparece algo, un simple detalle, una ofensa sangrante, una gota que colma el vaso. Y entonces se producen situaciones como esta que ha motivado el ICA. Es lógico que los jefes, habituados a lidiar encierros muy cómodos y noblotes, se alteren cuando la cosa se tuerce y la opinión pública se pone borde. Debería consolarles el hecho de que esto solo ocurre muy de vez en cuando. Casi nunca. Mientras, los tierranoblenses vamos deglutiendo lo que nos echan, habituados a presenciar los espectáculos más estrafalarios.

Así pues, esto del ICA viene a ser como la excepción que confirma la regla. O la prueba de que esta sociedad, pese a todo, aún está viva. Hay esperanza.