El pabellón reservado a los animales vivos en la feria ganadera de Zaragoza (Figan) solo acoge dos cerdos, pese a encontrarse en la capital de una comunidad autónoma en la que desde hace tiempo existen más cabezas de porcino que de personas. Esta falta de ejemplares en exposición tiene que ver, precisamente, con la explosión industrial del sector, en el que prima más la rentabilidad de la producción que la conservación de razas o especies, algo que los ganaderos vacunos u ovinos aún tratan de mantener.

«El sector cada vez es más grande, pero las empresas no tienen interés en mostrar sus animales», asegura el portavoz de la ganadería ilerdense Hermanos Baró, José María Baró. «El volumen de negocio es cada vez más alto, lo único que interesa es producir más cantidad», indica resignado el también representante de la asociación de productores austriacos de genética.

«Nosotros somos ganaderos y como productores de genética nuestra obligación es que se vea el ejemplar», indica. Uno de sus cerdos puede costar unos 3.000 euros, pero a la semana produce unas cien dosis de semen que sirven para multiplicar la especie. Gracias a la labor que han ido desarrollando venden unos cerdos de gran rendimiento económico, pero también ejemplares que tienen buen comportamiento en la propia granja, de forma que se evitan mutilaciones o problemas de agresiones. También han apostado por reducir las muertes durante el parto. «Todo va cambiando, ahora lo que menos preocupa es la selección de la genética, pero hacer cruces de razas es algo a lo que se tiene que destinar toda una vida», dice.

VACAS PIRENAICAS

El problema de la desaparición de la diversidad ya no es tan acuciante con los ejemplares bovinos y ovinos, con ejemplos de éxito como la rasa aragonesa, cada vez más valorada. «La raza de vaca pirenaica y la serrana de Teruel estuvieron en peligro de extinción en los años sesenta, pero ahora el censo en el Pirineo llega a las 2.000 madres», indica la secretaria técnica de la Asociación Aragonesa de Bovino Raza Pirenaica (Asapi), Laura García Pastor. El circuito comercial se ve favorecido por la calidad de la carne, así como por la resistencia del animal a la alta montaña.

Un caso similar es el de la Asociación Aragonesa de criadores de la raza limusina, una variedad francesa de color rojizo y gran tamaño. «Participar en salones como Figan nos permite ampliar la red de contactos y extender nuestra presencia», indica uno de sus ganaderos, Ramón Campo. Los ejemplares de este vacuno ya extendido por toda Europa (tanto machos como sementales como hembras para reproducción) han sido seleccionados de una forma «cuidadosa» por la propia firma.

GALLINAS O CONEJOS

Más artesanal todavía es la labor paciente que hacen los criadores de gallinas o de conejos. La asociación estatal de seleccionadores cunícolas entregó ayer sus premios a los mejores ejemplares de las razas parda antigua española y la gigante. Por su parte, el portavoz de la Federación Española de Avicultura, Colombicultura y Cunicultura de Raza (Fesacocur), Javier Ferrando, celebra la labor que han realizado a la hora de rescatar especies olvidadas como la serrana de Teruel o la gallina del Sobrarbe. «Nuestro perfil es familiar, pensando siempre en las razas autóctono», destaca.

En la exposición se pueden encontrar también palomas, como el buchón marchenero o el valenciano. En este caso se mantienen las características tradicionales con la vista puesta en los concurso fisiológicos. El recorrido comercial ha quedado superado por los híbridos industriales.

Otra presencia significativa es la de los caracoles, al cuidado de la asociación nacional de cría y engorde. El colectivo destacó el repunte de esta actividad, sobre todo asociado a la «calidad y la trazabilidad», pues la recogida de ejemplares silvestres lleva bastante tiempo prohibida.