Domingo de Resurrección, mañana luminosa, aunque lloviera, sería luminosa, porque Cristo ha resucitado, la Luz del mundo vuelve a brillar triunfante, como ese paso que, el Viernes Santo, nos regaló la Hermandad de la Sangre de Cristo, "Triunfo de la Vida sobre la Muerte" --restaurado y vistosísimo-- la muerte vencida y abatida bajo una cruz, símbolo del sacrificio, pero también de la salvación.

Un Santo Entierro desfigurado por la amenaza de lluvia, y digo desfigurado, pero no desvirtuado, porque la presencia del Cristo de la Cama en la calle ya da sentido y contenido pleno a una procesión y cuánto más ese Sepulcro de San Cayetano que recibía, en el día de ayer, sin pausa, el homenaje de las cofradías zaragozanas.

La mañana hoy olerá a frescura, a espíritu renovado y a claveles blancos.

En esta mañana la Real Hermandad de Cristo Resucitado se convertirá en el heraldo que anuncie a los cuatro vientos que Cristo ha resucitado. Lo hará a partir de las once y media con una pequeña procesión hasta la plaza del Pilar, donde, a las doce, tendrá lugar el Encuentro Glorioso. Es un día de júbilo para los cristianos y por eso esta cofradía procesionará con la cara destapada, ya no tiene sentido ocultarla como un penitente, somos dichosos y se nos tiene que ver en la cara. Sus hermanas de mantilla --las manolas-- portarán sus mantillas de color blanco, a diferencia de las negras que se han llevado a lo largo de la Semana Santa, también se llevarán claveles blancos en vez de velas o candelas.

El blanco y celeste de sus hábitos ya reflejan esa idea de la luminosidad, del júbilo y ese entusiasmo se verá constatado también en las jotas que se entonarán y bailarán en el centro de la plaza. El aragonés canta, y canta cuando está triste, cuando está enfadado, cuando acompaña a su Virgen Dolorosa y a su Cristo doliente, ¿cómo no va a cantar cuando está alegre? La jota para un aragonés es la manera de expresar lo que le brota del corazón.

Unas palomas blancas surcarán el aire de la plaza, Madre e Hijo se encontrarán y juntos, de la mano, volverán hasta el colegio de San Agustín y cuando sus puertas se cierren tras sus pasos la Semana Santa de Zaragoza habrá acabado, pero no la vida de nuestras cofradías, porque han de saber que las cofradías tienen vida después de Semana Santa, una gran labor de obra social y una serie de actividades internas como convivencias, formaciones, asambleas, encuentros, catequesis, etc...

Tal y como dice el título de este artículo, paso al anecdotario. Pretendía yo, con los artículos de este año, despertar los sentidos en su generalidad, les he invitado a saborear, a palpar, a oler y demás y, como se suele decir, la realidad supera siempre a la ficción y esto me pasó el Jueves Santo, cuando tocando mi bombo y, oculto tras el capirote, les observo a ustedes, al público, y constato la maravilla de nuestra Semana Santa reflejada en sus caras. Y, entre esas caras, surgen unas manos que se mueven deprisa, explicando en lengua de signos lo que acontecía delante de sus narices y es que hay un sexto sentido para sentir la Semana Santa, y es que se nota en "las tripas", en lo más interno de uno mismo, es una fuerza visceral que te atrapa y te trasciende. El tambor y el bombo son el sonido del corazón que el bebé oye en las entrañas de su madre.

Me quedo, para el recuerdo de esta Semana Santa, con el beso que una pareja se daba en la plaza de San Cayetano el Jueves Santo por la noche, día del amor fraterno, el Amor --con mayúsculas-- que Cristo nos tiene y por él se entrega a su Pasión, por Amor. Quizás ustedes también lo vieron por las calles, un matrimonio con un carrito de bebés doble y otro sencillo para acercar a sus trillizos hasta las procesiones, ¡qué mérito moverse por las calles abarrotadas con semejante despliegue familiar! Pero que miradas de entusiasmo se veían en los ojos de los pequeños, que tras sus graciosas gafitas, miraban y redoblaban en sus tambores de juguete. Vuelve a sorprender la facilidad que tiene esta sociedad para separar dos realidades tan distintas con un simple seto, el que separaba una procesión bajando por Sagasta de una caterva de tráfico que seguía a sus asuntos como si nada aconteciera al otro lado. Nada que decir de lo que es ver encerrar un paso entre el recogimiento y la admiración de cientos de personas en la plaza de San Cayetano, mientras a escasos veinte metros los cubatas y calimochos hacen estragos en la flora intestinal de más de uno.

Así es esta Semana Santa, menos generalista que la Navidad o que los Pilares, parece que esto solo nos implica a unos pocos, afortunadamente, los cristianos sabemos que Jesús resucita para todos.

Por último, epílogo y agradecimientos. Esta vez va todo en uno, porque quisiera que mi epílogo fuera a la par un agradecimiento. Mi total agradecimiento y reconocimiento para todas esas cofradías pequeñas que, sin grandes actos en grandes plazas, sin miles de personas abarrotando las salidas o encierres de sus procesiones, realizando desfiles procesionales en los que, la mayor parte del tiempo, van por calles solitarias, que entre sus filas no cuentan con varios cientos de cofrades --algunas incluso ni con un ciento-- siguen creando Semana Santa, siguen saliendo a las calles, con sus pasos, con total devoción, para predicar que Cristo padece, muere y resucita por nosotros.

Gracias a ustedes, espero haberles servido de ayuda, de orientación, o, simplemente, haber despertado en ustedes el gusanillo por esta conmemoración y celebración que es nuestra espléndida Semana Santa. Y ahora desaparezco, fundido a negro, The End, adiós...