Nadie diría que sus Majestades los Reyes Magos llegaron ayer por la tarde a Aragón desde Oriente en sus camellos porque, pese a tan largo viaje, estaban más enérgicos que nunca. Desde sus majestuosas y coloridas carrozas saludaron a un lado a otro sin cansancio. Solo paraban para lanzar besos al vuelo entre los gritos de admiración de los pequeños y algún que otro piropo que provenía de padres y abuelos que avisaban con el típico «ya viene» de que Melchor, Gaspar y Baltasar estaban cerca. En la tarde de ayer, fría e incluso un tanto ventosa, todos los asistentes se convirtieron por unos minutos en niños inocentes y se dejaron impregnar de la magia que tiene este noche.

En Zaragoza, la corte de los Reyes estuvo formada por 500 trabajadores reales que convirtieron la cabalgata en todo un espectáculo de luces, música y mucho ritmo. Ayer todos bailaban, y ¡cómo no!, porque hubo hasta un coro de góspel que rindió tributo a la cantante Aretha Franklin. Nada mejor que los nervios y unos bailes para enfrentarse al frío caprichoso que también quiso estar presente en la cabalgata. Para combatirlo los padres optaron por trasladar las mantas del sofá a la cabalgata, así que muchos niños disfrutaron del espectáculo bien calentitos.

Sus majestades llegaron a la capital del viento a la hora del café. Sobre las 16.00 horas cientos de niños ya les esperaban ansiosos en el Quiosco de la Música del parque grande José Antonio Labordeta. Vinieron tan animados que incluso recogieron ellos mismos alguna de las cartas de aquellos más despistados.

Los que acudieron directamente a uno de los 5 kilómetros del recorrido del desfile también pudieron entregar sus cartas, pues un gran número de carteros reales se encargaron de recogerlas. Para no perderse por el camino fueron guiados por la gigantesca estrella de 12 metros que marcó el camino de la corte real, compuesta por 17 compañías de de teatro, animación, circo, música y danza aragonesas que recorrieron el paseo María Agustín, la puerta del Carmen, el paseo Pamplona, la plaza Paraíso, los paseos Constitución y la Mina, las plazas San Miguel y España y la calle Alfonso para acabar en una plaza del Pilar donde no cabía más ilusión. Melchor fue el primero en aparecer. No hizo falta tener los ojos abiertos para intuir que se acercaba porque, después de que los pequeños se quedarán anonadados con las carroza de Francisco de Goya y María Moliner, dos ilustres personajes que muchos desconocían, el público empezó a gritar con cierta locura. «¡Melchor, he sido muy bueno!», le decían.

MÚSICA

Gaspar optó por hacerle un guiño a los visionarios del cine y al director Georges Méliès. Con este rey sucedió lo mismo, gritos, gritos y más gritos. Alguno se puso tan nervioso que incluso dio más de un brinco con la esperanza de que su Rey le lanzara un saludo. Porque si tu rey preferido te mira uno sabe que esa noche tendrá regalo seguro. Es como una señal.

Con Baltasar se desató la locura total. Incluso se pudo ver alguna que otra pancarta con su nombre, como si de una esperada estrella de rock se tratase. Su comitiva estuvo formada por bailarinas de danza que homenajearon a la coreógrafa del siglo XX Isidora Duncan y una carroza circense que dejó boquiabierto a más de uno.

Hasta entonces no había habido tiempo para descansar, pero no importó porque el coro de góspel acabó movilizando a todos los asistentes, colocados como pequeñas hormigas unos detrás de otros, creando varias filas donde los pequeños ocuparon la primera. Pero es que ayer bailaron desde los astronautas, pasando por los carteros reales y hasta los aviadores que acompañaronn a la carroza de Amelia Earhart.

Si con el coro hubo momento para dar palmas al ritmo de la música, la llegada del Baltasar acabó dejando afónico a más de uno. Aunque pareció el preferido de la mayoría, a la hora de pedir regalos no importaba de qué rey se hablase. De los carboneros nadie quiso hablar... por algo sería.