Los aludes se cobran periódicamente la vida de montañeros que se arriesgan a disfrutar de los deportes de invierno fuera de las pistas balizadas de esquí. Un peligro no siempre evitable, pero que se puede reducir considerablemente con una adecuada preparación, para la que Aragón cuenta cada vez con más posibilidades.

Si hace dos semanas el programa Montaña Segura presentaba una cartografía del entorno del Aneto que ayuda a planificar las zonas más seguras según las condiciones y el riesgo de aludes, esta semana la asociación A Lurte habilitaba en su página web el mismo sistema para la zona de Canfranc, la parte alta del valle del Aragón, donde tienen su sede. Y es que la cartografía ATES, importada de Canadá, no era al parecer tan pionera como se vendió en la presentación de la DGA y la Federación Aragonesa de Montañismo: hace un año que A Lurte la tenía disponible para su zona.

En cualquier caso, con ella ya son dos las zonas del Pirineo aragonés que se pueden recorrer con más seguridad, teniendo en cuenta que, como explica Rocío Hurtado, nivóloga de A Lurte, lo fundamental es la prevención. Para ella, lo primero que hay que tener en cuenta es la previsión de riesgo de aludes, que elaboran tanto la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) como, en este caso, A Lurte. Para elaborarlo, tres veces por semana, los integrantes del centro recorren la zona comprobando «cómo está la superficie del manto, los estratos -temperatura, humedad o cristales de hielo de cada nevada- o cómo ha afectado el viento a cada zona», explica la experta. Esto se une a la previsión meteorológica para realizar una previsión de la probabilidad de avalanchas, tres veces por semana.

NIVELES

Con esto se obtiene un nivel de riesgo, en una escala del 1 al 5, que se cruza con la cartografía del terreno que se va a visitar. El sistema ATES utiliza un código por colores, en función de la orografía o de los episodios previos de aludes, según la probabilidad de que estos se produzcan. En una tabla se expone el riesgo, verde, amarillo o rojo (de menor riesgo a mayor) de transitar por la zona en ese día concreto. La cartografía se puede consultar en las webs de Montaña Segura y A Lurte, para el Aneto y el valle del Aragón, respectivamente.

Obviamente, esto es una guía, no una obligación, y aunque «lo lógico es no ir a una zona peligrosa», entra en juego la valoración del montañero de sus propias capacidades, sin olvidar que «no tenemos una bola de cristal», y que en la alta montaña las condiciones meteorológicas cambian con relativa facilidad. Por ello, a la preparación hay que sumar la precaución, y sobre todo el material básico adecuado, que según repasa Hurtado, incluye «DVA, pala y sonda». El primero, el Detector de Vida en Avalanchas, es un sistema que se puede adquirir por entre 120 y 350 euros en cualquier comercio especializado, consistente en unas balizas personales que todos los excursionistas han de llevar encima. Todas están configuradas en modo emisor, pero en caso de avalancha se pueden colocar en modo receptor, de modo que indican dónde está el accidentado que no la ha modificado.

Una vez ubicada la zona, entra en juego la sonda, para saber a qué profundidad está, y la pala, porque «la nieve tras un alud está muy dura», y hace inviable retirarla con la mano. Este equipo básico es fundamental, porque a una víctima de alud «hay que sacarla en 15 minutos», para evitar una muerte por asfixia o hipotermia, y no siempre va a haber suerte de que los equipos de rescate estén tan cerca.

Las causas de un alud son variadas, aunque no incluyen ciertas «leyendas urbanas» como un grito, como desencadenante. Básicamente, la nieve en una pendiente se mantiene en equilibrio entra las fuerzas de gravedad y los cristales de hielo o el rozamiento con el terreno. Se puede producir un desequilibrio por diversas causas, desde el agua del deshielo que elimine la cohesión hasta la presión sobre la capa que aumente la gravedad, y desencadenarse un corrimiento.

De ahí que, entre las precauciones básicas, esté bajar la zona «de uno en uno». Esto, por un lado, minimiza la presión sobre el manto, y por otro permite que, si alguien sufre la avalancha, el resto pueda rescatarlo.