La capilla en la que se casó Quevedo es uno de esos lugares desconocidos de Aragón que merece la pena conocer. Se encuentra en el interior del gran caserón del castillo de Cetina, un referente artístico que atraviesa los siglos con resignada imperturbabilidad. Es como el cuerpo de un hombre curtido en mil batallas: está lleno de cicatrices, costurones y remiendos, pero es admirable e inspira muchísimo respeto. Encaramado sobre un macizo de piedra de escasa altura, corona la población y preside el pueblo con su sombra protectora.

La historia de Cetina ha estado marcada por el discurrir de esta fortaleza, desde que en el 1120 fuera conquistada por Alfonso I el Batallador. Según indican desde el consistorio, los interesados en conocer esta obra maestra de la arquitectura defensiva, mil veces modificada, ampliada, destruida y vuelta a modificar, tendrán que esperar un golpe de suerte. El propietario del inmueble reside en Valencia, así que solo se puede acceder a su interior los contados días en los que está presente en Cetina. "Es una pena que no se pueda visitar, pues mucha gente pregunta en el consistorio para realizar la visita", reconocen. Los intentos de restauración por parte del Gobierno de Aragón también han quedado inconclusos.

A lo largo de su historia, varias veces se vio el castillo en la necesidad de mostrar su resistencia. Según narra la guía Arte en la provincia de Zaragoza editada por la Diputación Provincial (DPZ), en diversas ocasiones la villa fue asediada y sitiada (franceses, carlistas...) y siempre supo mantener alto el orgullo de las gentes que se defendían en su interior. Pero si por algo ha pasado a la memoria colectiva este recinto es porque en si interior contrajo matrimonio el poeta Francisco de Quevedo con la señora viuda de Cetina, Esperanza de Mendoza, en 1634. Los problemas del poeta en la corte madrileña forzaron una relación por convivencia que acabó en pocos meses sin que la llama del amor se encendiera en ningún momento. Quevedo se hartó de la contemplativa vida de un pueblo de Aragón y Esperanza no quiso vivir las intrigas madrileñas. Ni los amigos ni los familiares de ninguno de los dos contrayentes aprobaron en ningún momento el enlace. "A las cenizas y a los huesos llega, / palpando miedos, la avaricia ciega", resumió el literato.

Pequeñas joyas

La visita a Cetina se puede completar con un paseo por la iglesia parroquial, dedicada a San Juan Bautista. Según cuentan desde el ayuntamiento, en su interior se esconde una pequeña joya artística. Es la talla de Santa Ana y el niño Jesús, una deliciosa obra en madera policromada del siglo XVI.

Cetina cuenta con tres ermitas, la de San Juan Lorenzo, patrono de la villa; la de la Virgen de Atocha, en las afueras de la localidad; y la de Santa Quiteria, a varios kilómetros del pueblo. Además, es obligada la visita al centro de interpretación de la contradanza y el dance, una manifestación popular misteriosa y atávica en la que el fuego, el demonio y la religiosidad popular se mezclan en medio de una música monótona.

La contradanza de Cetina sirve para cerrar el día del patrón y su característica principal y única es que se celebra por la noche solo iluminados por la luz de unas antorchas. Se trata de una danza mímica en la que participan ocho contradanceros con caretas y un personaje vestido de rojo, al que llaman el diablo (el único que no lleva careta pero sí la cara pintada con un largo bigote, perilla y patillas), que dirige la ceremonia sin dejar de danzar. La representación acaba con la muerte figurada del diablo a manos del barbero y su resurrección final.

Según indican desde el Ayuntamiento de Cetina, en la localidad suele recabar mucho turismo de mediana edad. En general es un tipo de visitante que acude durante los fines de semana a conocer el patrimonio cercano y los pueblos de toda la comarca. Además, el Camino del Cid, que atraviesa la localidad, es cada vez más popular como han notado desde el consistorio, pues el número de personas que acuden a sellar el pasaporte de la ruta aumenta día tras día.