Para una persona tan disciplinada como Luisa Fernanda Rudi, quedar mal con el ministro Montoro e incumplir las directrices de Rajoy habrá sido todo un trauma. No le han salido las cuentas en el 2013, el Gobierno central apenas invierte en nuestra Comunidad (ella dice lo contrario, pero bueno...), sube la deuda, la prestación de los servicios básicos es un desastre... y ya no vale hablar de la herencia recibida. Buena parte de la tensión que ha provocado el fallo a la hora de controlar el déficit recaerá además sobre el consejero de Hacienda, José Luis Saz, y el de Presidencia, Roberto Bermúdez de Castro, que curiosamente son quienes más dan la cara en ese Ejecutivo descarrilado.

Pero esto no es la primera vez que le pasa a la actual presidenta. En una situación muy similar (la resaca después de un periodo de gasto desordenado y gestión caótica) se hizo cargo del Ayuntamiento de Zaragoza. Mandó parar. Congeló las inversiones, dejó la maquinaria municipal al ralentí, limitó las obras al mantenimiento y la reparación de tuberías (¡ah!, y aquellos estupendos maceteros y cronifloros), eternizó los procedimientos (salvo algún asunto urbanístico, como el de la antigua Estación de Utrillas) y al final no hizo nada relevante... pero se las apañó para incrementar el gasto corriente (¿?). Rudi no sabe ahorrar, aunque ella se presenta como el personaje providencial capaz de sanear las cuentas más embrolladas.

En esta ocasión, el contexto era casi idéntico. Durante los doce años del dúo Iglesias-Biel se gastó mucho, se despilfarró no poco y se abordaron proyectos muy discutibles (otros venían de antes). Había facturas sin pagar en los cajones, pero la deuda estaba dos mil millones por debajo de la actual. El impulso inversor había producido notables mejoras en la calidad de vida de los aragoneses y los servicios básicos funcionaban adecuadamente. Rudi tenía que ajustar gasto y sostener los ingresos (que caían en barrena). No ha acertado con ninguna de las dos cosas. De nuevo echó el freno de mano, recortó en inversiones y servicios, retorció el laberinto burocrático... y dejó en marcha los motores que más gasolina quemaban: sociedades públicas ruinosas, una estructura administrativa obsoleta e ineficaz, acciones en el territorio destinadas a preservar las consabidas redes clientelares y el suicida empeño de mantener vivo el imaginario oficial aragonés, caro, rancio, absurdo y en algunos casos, imposible. Tal vez creyese que con aquellas directrices sobre las fotocopias por las dos caras iba a controlar el déficit. Pues no. Tendría que remangarse, fijar sus prioridades, cambiar por completo de objetivos y proponer un nuevo rumbo que saque a la Tierra Noble de su actual apatía y decadencia. Pero eso, hay que comprenderlo, es mucho pedir. Demasiado.