A mí deberían haberme llamado al Congreso éste sobre el ruido; porque, sin ánimo de presumir, les aseguro que soy un entendido en contaminación acústica. Mis oídos han adquirido especial agudeza a la hora de detectar cualquier ruptura del sagrado silencio, sobre todo a la hora de dormir. Con la cabeza sobre la almohada soy como una especie de sónar nocturno, capaz de identificar gritos, murmullos, zumbidos, estrépitos... lo que me echen. La música de un bar, los gamberros en la calle, el acondicionador de aire de un vecino, la frenada del ascensor, el motor del camión de la basura, el ferial, las motos a escape libre, los sonidos chirriantes de alta frecuencia, los sonidos de baja frecuencia que transmiten su vibración a través de la estructura de los edificios. Menuda sinfonía.

¿Por qué son ruidosas las ciudades, las calles, las viviendas y los hoteles? ¿Cómo es posible que hayamos descuidado este problema hasta los demenciales extremos que hoy hemos de sufrir (en Zaragoza, sin ir más lejos)? Por dos poderosas razones: la primera, la desidia de las instituciones y buena parte de la propia ciudadanía; la segunda, la maldita y eterna codicia. Una ha permitido la inaudita prosperidad de la otra.

De esta manera llegó a considerarse la aversión a los ruidos como una especie de incomprensible y extraña manía o manifestación de un carácter excéntrico: cosa de raros y de pijos. Por la misma regla de tres, reclamar ante las autoridades el derecho al descanso y a la preservación de adecuados niveles de silencio fue objeto de cuchufletas y desentendimientos.

Estupidez y codicia, sí. Las ciudades españolas son particularmente ruidosas porque han sido planificadas de acuerdo con unos intereses que no eran los de sus vecinos. Esta Zaragoza, con urbanizaciones a pie de autovía, con cinturones de circunvalación junto a las viviendas, con sonoras actividades nocturnas, con sus horrendas zonas de bares, con sus ordenanzas incumplidas y con sus nuevos barrios bajo el corredor aéreo que va y viene del aeropuerto, expresa a la perfección la problemática del ruido ambiental. Ahora sólo falta encontrar soluciones... y aplicarlas.