El presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, Javier Lambán ha denunciado las incomodidades que la estructura comarcal produce a los ayuntamientos. Dirán ustedes que el susodicho ciudadano barre para su casa y se rasca donde le pica. Pero su apreciación es bastante realista, pues parece que la comarcalización ha ido derivando en un nuevo tipo de descentralización artificial y exagerada, el cual no sólo crea conflictos entre los municipios (en Aragón los localismos han sido siempre muy potentes pues cada pueblo se autoestima menospreciando a los vecinos), sino que además está fragmentando competencias que requieren una gestión unificada.

Aragón tiene territorio, agua y energía. Posee espacio y recursos naturales. ¿Cómo es posible que el mundo rural (hablando en términos generales) no viva una revolución económica, social y cultural?

El Aragón rural se mece en brazos de las instituciones. Sus líderes políticos viven episodios tormentosos en los ayuntamientos, en las comarcas, en cualquier lugar donde se diriman las inversiones públicas (y los cargos con sueldo). En muchas localidades la actividad económica anda colgada de las subvenciones: de la PAC, de otras ayudas oficiales, de unos regadíos igualmente subvencionados (por eso cunde la alarma en cuanto se habla de racionalizar el precio del agua)... Aquí y allá emergen ejemplos de creatividad y espíritu emprendedor (como las zonas vitivinícolas, que encima son puro secano), pero ese ímpetu no se ha generalizado.

En nuestro entorno (Valle del Ebro, Francia, el norte de Italia) se desparrama con éxito un modelo económico rural que busca su valor añadido en la ecología y el paisaje, que combina el turismo y las actividades agroalimentarias, que sabe mezclar la tradición con las nuevas tecnologías. Aquí, aún no estamos en esa onda. Y encima viene Lambán a decirnos, con no poca razón, que esto de las comarcas no es lo que parecía.