Ah! ¡Oh! ¡Qué día de gloria, el de ayer! Por haberlo vivido, Juan Alberto Bellloch dará por bien empleado estos años de travesía por la estepa provinciana. Y el vecindario de a pie incluso celebrará haber elegido a este alcalde, que ni es de Zaragoza ni habita en ella pero que ha puesto sobre la mesa el proyecto más importante asumido por la ciudad en el último siglo.

Ahora toca saborear el éxito, al menos por unas horas. Y reconocerle a Belloch su tenacidad, su constancia y su liderazgo en el tema de la Expo. Pues sin este personaje que vino aquí para alejarse de la ruina del felipismo (y de sus consecuencias) no hubiésemos llegado a la jornada de ayer. En fin, digan ustedes lo que quieran del alcalde, o lancen (como venía haciendo un servidor) sesudas advertencias sobre la enormidad del desafío aceptado y la importancia de superarlo con brillantez. Pero en estos momentos es preferible saborear el éxito, cuyo gusto no sé si seremos capaces de reconocer en toda su intensidad, y felicitarnos por la visión estratégica de don Juan Alberto y por la capacidad de Jerónimo Blasco para convertir dicha visión en un impulso colectivo y hacerla realidad.

Quienes tenemos algunas reservas sobre los contenidos de esta Expo, bien podemos dejar tal inquietud para luego. Ahora toca entonar el alirón y repartir felicitaciones: a doña María Teresa, la vice , por la parte que le toca en el apoyo del Estado; a Moratinos, sí señor, que acaba de demostrar que España ni está aislada ni sufre de parálisis en su política exterior (¡quién dijo tal majadería!); a nuestro Marcelino, que también ha arrimado el hombro; a los demás barandas; a la gente que se ha retratado en Radio Zaragoza; a los que han apoyado, a los que se han opuesto y a los que ni fu ni fa.

La Expo dará la medida de nuestras posibilidades y en ella nos proyectaremos, espero que para bien, todos los zaragozanos y también todos los aragoneses. Descorchen ustedes el espumoso y brinden por el futuro. ¡Salud!