El presidente español, Mariano Rajoy, ha vuelto de Estados Unidos muy contento por tres razones: porque Obama ha alabado su liderazgo, porque supuestamente ha vendido la marca España y porque nadie, según él, le ha preguntado por la cuestión catalana.

Sobre este último punto, que es el único en el que coincido con Rajoy, tengo que decir que a mí tampoco me ha preguntado nadie por Cataluña fuera de España.

Era frecuente, sin embargo, sobre todo hace algunos años, que escritores, artistas, intelectuales de otros países a los que yo iba conociendo en giras, se interesaran por la lucha vasca o el futuro de los patriotas vascos... Y es que el indepentismo vasco siempre ha sido mucho más internacional que el catalán, mal que les pese a estos.

Los catalanes, desde un principio, se han visto reducidos a sus propios límites, encapsulándose como un producto cerrado, falto de oxígeno y con fecha de caducidad. Seguro de que la burguesía catalana, la vieja, la de siempre, no la de los hermanos Pujol o el presidente del Barça, no tiene el menor interés en la independencia, y de que Europa en ningún caso le va a dar a Artur Mas otro rango, protocolo o esperanza que la correspondiente a la de uno más entre los diecisiete presidentes de las autonomías españolas, Rajoy, el hombre tranquilo, labrado en plomo, puro cuajo, gana tiempo sabedor de que el tiempo, en su sabio suceder, todo lo cura.

Qué poco tiene que ver este gallego sin sangre en las venas con aquel otro de Perbes, de sangre queimada, o con el sanguíneo Aznar, el guerrero de las Azores, azote de Sadam y del Partido Socialista.

En esa calma chicha de La Moncloa, don Mariano reflexiona y piensa, pero no actúa. ¿Para qué, en efecto, cambiar la Constitución, las Autonomías, la sucesión dinástica de los Borbones? Es mucho mejor, en efecto, permanecer al pairo, esperar a que escampe, a que la marejada se calme, a que transcurran diez años del hundimiento del Prestige, a que se vaya olvidando a Bárcenas, a Correa, al Bigotes, mientras Rubalcaba juega a la contra del poder y del tiempo sin resultado.

Tampoco en Cataluña, ya que nadie le pregunta, hará nada Rajoy. Se limitará a aplicar la ley contra la consulta de Mas, por inconstitucional, y a seguir esperando a que ese globo se desinfle solo.